Antes de que llegue mamá Censura y arrase con todo, como es
su costumbre, me propongo contar cómo he llegado a la misma conclusión que
Joseph Gregory Hallett o Stewart Swerdlow, acerca de cuál es uno de los mayores
secretos del Vaticano, si no el mayor; porque hay una enorme variedad de
secretos para elegir, no me cabe duda.
En estos vídeos del canal Bizion: 1 - 2, han doblado al castellano una entrevista hecha a Joseph
Gregory Hallett, el supuesto rey legítimo de la corona británica, ejerciendo en
su puesto y activo desde hace unos pocos meses. En dicha entrevista, King Joseph
relata cómo la corona británica cayó en las garras de los banqueros Rothschild
al arruinarse tras la batalla de Waterloo, siendo desde entonces un cascarón,
más bien una fachada para los experimentos genéticos y sociales de los banqueros.
La rama monárquica legítima marchó a Nueva Zelanda donde siguió conservando su
historia y sus genes hasta el momento actual, en el que el rey Joseph ha
asumido los cargos que le corresponden, (pendientes de ratificar con las ceremonias correspondientes según explica), heredando la corona británica, el asiento
papal del Vaticano y el de Mesías o Cristo del estado de Israel.
En los primeros minutos del vídeo, el rey Joseph afirma que
el secreto más grande del Vaticano es que hubo dos Jesús: sorprendente, como
poco.
Esta misma historia es narrada también por un sobreviviente
del Proyecto Montauk, Stewart Swerdlow. En esta entrevista que le hace Steve Locse a Stewart, éste explica cómo fue enviado al pasado
para ‘eliminar’ a Jesús, mejor dicho, a uno de los dos, al bueno, por así decir,
y cómo fue incapaz de hacerlo.
Muchas teorías sobre los viajes en el espacio-tiempo
describen por qué es imposible cambiar el pasado en nuestra línea temporal y qué
sucede cuando se intenta: se crea una nueva línea temporal que inicia con el
cambio introducido, que tendrá un recorrido incierto, quizás infinito, y que
precisamente por ello se ha dejado de intentar, por entes humanos al menos. Es
una creencia común en algunos ambientes alternativos, que sí se puede cambiar
el sino de los tiempos, aunque se debe hacer de forma muy sutil, con inducción
o sugestión, por ejemplo sembrando predicciones, revelaciones o profecías; hay
mucho por descubrir en ese campo y quizás lo retome algún día.
Para mí la cuestión de los dos Jesús se remonta a la segunda mitad de los años noventa. En ese lustro sucedieron muchas cosas significativas en mi vida: compré mi
primera casa, empecé a trabajar un par de días a la semana en una librería
esotérica de la que era cliente habitual además de seguir a tiempo completo en una ONG y conocí
al escritor José Antonio Campaña, escritor del libro "Las Semillas de Cristo", en
una visita al programa radiofónico nocturno de Miguel Blanco, "Espacio en
Blanco", que escuchaba asiduamente desde su inicio allá por 1987.
Tiempo después, José Antonio pasaba por la librería para ver
cómo iban las ventas de su libro y trabamos una cierta amistad. Por aquel
entonces, José Antonio, su pareja y su hijo vivían en Alpedrete, muy cerca de
la localidad en la que estaba situada la librería y pasaba de vez en cuando por
allí. En una de sus visitas me propuso hacer una prueba para ver si yo podía
ser una de las 'fuentes' para su nuevo libro "El legado de las semillas de
Cristo", la secuela que estaba escribiendo de su primer libro, y le dije
que ¡Sí, claro!, con mi entusiasmo habitual.
Estuve varias veces en casa de José Antonio, un chalet con
un patio precioso, con unas frondosas plantas de la fruta de la pasión cuya flor sugiere en su forma a los clavos de Cristo; muy apropiado, pensaba yo en aquellos
momentos. En cada visita, tras comer o cenar, hacíamos una sesión, que no
podría llamarse de hipnosis ni de regresión, era más bien una leve sugestión.
Consistía en sentarnos ante una mesa, frente a frente, cerrando los ojos y
tomándonos de las manos mientras José Antonio recitaba en voz alta un padrenuestro,
lo que inevitablemente llevaba a pensar en Jesús; al menos así era en mi caso.
En una de aquellas sesiones, mi mente o mi conciencia, en
vez de ir a Egipto como era mi costumbre, o mi querencia, ya que no había
ninguna orientación o inducción salvo el padrenuestro, se posicionó en el
cuerpo de una mujer que estaba muy cerca de Jesús. Yo veía a Jesús como un ser
brillante, es decir, no veía su cara o su cuerpo de la forma habitual sino que
veía una bola luminosa (más tarde supe que se puede ver a los seres humanos
como bolas luminosas —bendito Castaneda—). Es por eso que no puedo describir los rasgos de
Jesús, teniendo en cuenta que cada quien ve la realidad según su nivel de
conciencia, o de su nivel espiritual como quiera llamársele, por lo que me
alegré mucho de no tener que hacer una descripción física, que me hubiera
llevado una eternidad.
Cuando le dije a José Antonio que estaba con Él, en un día
soleado, en un gran campo de sembradío en barbecho rodeado de árboles, creo que
algarrobos, lleno de personas, cientos, calculé a ojímetro, que esperaban oír
sus palabras, me pidió que le dijese que él estaba allí, que Él ya lo conocía y
que quería preguntarle si iba a estar con él en el próximo viaje que iba a realizar
para promocionar el libro. Me acerqué a Jesús y él me miró, entonces le trasladé
mentalmente la pregunta indicada y, cómo explicarlo, pues ni modo, ¡la bola
luminosa se echó a reír! Fue una carcajada completamente feliz y desinhibida a
la que mi cuerpo físico, sentado a la mesa con J.A., respondió con otra
carcajada muy similar. La lógica reacción de José Antonio fue preguntar:
—¿Qué te ha dicho?
Hasta aquí mi experiencia con Jesús. Me reservo algunas
cosas por supuesto, pero es cuanto puedo contar. Más tarde, en aquella misma
sesión, tras haber perdido la conexión con el Jesús luminoso, José Antonio me
indicó que lo buscase de nuevo, a lo que mi mente respondió trasladándose hasta
una playa. Era de noche y había una figura humana, ahora sí, sentada, abrazando
sus rodillas mirando al mar. Era una figura masculina que mi mente identificó
como Jesús, tenía el cabello largo, oscuro y ligeramente ondulado. Me acerqué a
Él rodeándole por su izquierda y me lo quedé mirando a la cara por un breve
instante. Tenía el rostro hermoso y equilibrado, yo sabía que Él sabía de mi
presencia aunque no me mirase directamente. Mi mente se centró en sus ojos
¡Ojos negros! que miraban al horizonte hacia el mar y desprendían una profunda
tristeza, puede que fuera nostalgia o soledad. Quise saber qué estaba sintiendo
y por qué lo sentía, y mi consciencia entró a través de su ojo izquierdo,
traspasándolo como si fuera una partícula de polvo y encontrando en su interior
un universo completo, profundo y oscuro como sus ojos.
José Antonio iba preguntándome qué sucedía en mi experiencia
y yo le iba relatando cuanto veía, no sin cierta resistencia —pues hubiera
deseado completar mi viaje sin interrupciones—: que veía a Jesús por detrás, que
miraba al mar, que vestía una túnica oscura, que tenía los ojos negros... —¡Sal
de ahí, ese es el Otro! —gruñó José Antonio—. Naturalmente, mi mente se ofuscó y
se acabó la magia de la experiencia. No entendí, ni le pregunté el porqué de su
reacción, simplemente hice mis suposiciones.
Años más tarde, supe de los dos Jesús a través de Stewart
Swerdlow. Ya sabía de su supuesta familia numerosa a través de “Caballo de
Troya” de J.J. Benítez y del libro de “Urantia”.
He leído mucho sobre Él de muchos otros autores: Andreas Faber-Kaiser, Christopher Moore, Robert
Graves y de muchísimos otros, pero hasta la confirmación del
rey Joseph, la cuestión del ‘Jesús doble’ había permanecido en mi mente en
un limbo de incertidumbre.
Ahora puedo decir que de algún modo conozco a los dos
hermanos: el negro y el blanco, el bueno y el malo, pero no termino de saber
por qué el Jesús de los ojos negros debe ser el malo. No vi ni sentí nada malo
en Él, a pesar de la advertencia de José Antonio, nada más una tristeza
infinita que yo misma siento cuando pienso en la situación de la humanidad.
¡Ah, y Feliz Apocalipsis!