viernes, 23 de octubre de 2020

Feliz Apocalipsis - ¿Quieres saber cuál es tu propósito?

 


“… —¿Dios?, el puto plan de Dios ¿También crees en Santa Claus?

—De acuerdo Willard, ¿quieres compartir más de tus ideas?

—¿Mis ideas?..., de acuerdo.

Creo que la humanidad es una capa de bacterias sobre una bola de fango precipitándose en el vacío. Creo que si existiera un Dios nos habría abandonado hace tiempo. Nos dio un paraíso y lo consumimos completamente. Extrajimos cada gramo de energía y la gastamos. Consumimos y excretamos. Usamos y destruimos. Luego nos sentamos aquí, en un montón de cenizas, tras haber exprimido todo lo valioso del planeta y nos preguntamos: —¿Por qué estamos aquí?

—¿Quieres saber cuál es tu propósito? —Es obvio, estás aquí para acelerar la muerte entrópica de este planeta al servicio del Caos. Somos larvas devorando un cadáver.”

“Westworld”, Temporada 3, capítulo 6

   


¡Ah, y Feliz Apocalipsis!

jueves, 15 de octubre de 2020

Guía del Autoestopista Espiritual - El Molde del Hombre. Última parte

 

"Después de relatarle a don Juan lo que recordaba, le pregunté acerca de algo que acababa de parecerme terriblemente extraño.

Obviamente, para poder ver el molde del hombre mi punto de encaje se había movido. El recuerdo de los sentimientos y entendimientos que me sucedieron entonces era tan vívido que me dio una sensación de absoluta futilidad. Sentía ahora todo lo que había hecho y sentido en aquel entonces. Le pregunté cómo era posible que, habiendo tenido una comprensión tan clara la hubiera olvidado de manera tan completa. Era como si nada de lo que me ocurrió en aquella ocasión importara, puesto que siempre tenía que partir del punto número uno, a pesar de lo que hubiera podido avanzar en el pasado.

-Esa es sólo una impresión emocional -dijo-. Una equivocación total. Lo que hayas hecho hace años está, sólidamente contenido en algunas emanaciones sin usar. Por ejemplo, ese día en que te hice ver el molde del hombre, yo mismo tuve una verdadera equivocación. Pensé que si lo veías, podrías entenderlo. Fue un auténtico malentendido de mi parte.

Don Juan explicó que siempre creyó que su mentalidad era lenta, sabía que le costaba aprender, pero nunca tuvo realmente la oportunidad de poner a prueba su creencia, porque nunca tuvo un punto de referencia fuera de sí mismo. Cuando aparecí yo y se convirtió en maestro, algo totalmente nuevo para él, se dio cuenta de que a lo mejor no era tan lento como creía. También llegó a entender que no hay manera de acelerar la comprensión, y que desalojar el punto de encaje no es suficiente para comprender.

Como el punto de encaje se mueve normalmente durante los sueños, a veces a posiciones extraordinariamente distantes, siempre que experimentamos un cambio inducido todos somos expertos en compensarlo de inmediato. De manera constante restablecemos nuestro equilibrio y la actividad prosigue como si nada nos hubiera sucedido. Comentó que el valor de las conclusiones de los nuevos videntes no se vuelve evidente hasta que uno trata de mover el punto de encaje de otra persona.

Los nuevos videntes dijeron que, en este respecto lo que cuenta es el esfuerzo para fortalecer la estabilidad del punto de encaje en su nueva posición. Consideraban que éste era el único procedimiento de enseñanza que valía la pena discutir. Y sabían que es un largo proceso que tiene que llevarse a cabo poco a poco, a paso de tortuga. Don Juan me aclaró que de acuerdo a una recomendación de los nuevos videntes, había usado plantas de poder al principio de mi aprendizaje.

A través de su experiencia y de su ver, ellos sabían que las plantas de poder sacuden al punto de encaje, alejándolo enormemente de su posición normal. En principio, el efecto de las plantas de poder sobre el punto de encaje es muy parecido al efecto que producen los sueños: los sueños lo mueven mínimamente, pero las plantas de poder logran moverlo en una escala gigantesca. Un maestro usa los efectos desorientados de tal movimiento para reforzar la noción de que la percepción del mundo jamás es final.

Recordé entonces que había visto el molde del hombre en otras cinco ocasiones, de una manera muy parecida a la primera. Después de cada una de ellas, me sentí menos apasionado con Dios. Sin embargo, nunca pude sobreponerme al hecho de que siempre veía a Dios como un varón. Al final, la sexta vez que lo vi dejó de ser Dios para mí, y se convirtió en el molde del hombre, no debido a lo que dijera don Juan, sino porque la posición de un Dios varón se volvió insostenible. Pude entender entonces las primeras aseveraciones de don Juan. No fueron para nada blasfemas o sacrílegas, porque no las hizo desde el contexto del mundo cotidiano. Tenía razón en decir que los nuevos videntes se encontraban en ventaja por ser capaces de ver el molde del hombre cuantas veces quisieran. Pero la verdadera ventaja era que tenían la sobriedad para poder examinar lo que veían.

Le pregunté por qué veía yo el molde del hombre como un varón.

Dijo que se debía a que, en ese momento, mi punto de encaje no poseía la estabilidad para permanecer completamente pegado a su nueva posición, y se movía lateralmente, en la banda del hombre. Era el mismo caso que ver la barrera de la percepción como una pared de niebla. Lo que hacía moverse lateralmente al punto de encaje era un deseo casi inevitable, o una necesidad, de presentar lo incomprensible en términos que nos resulte familiar: una barrera es una pared y el molde del hombre sólo puede ser un hombre. Pensaba que si yo hubiera sido mujer, hubiera visto al molde como una mujer.

Don Juan se levantó y dijo que era hora de que fuéramos al centro del pueblo, porque yo tenía que ver el molde del hombre entre la gente. En silencio, caminamos hacia la plaza, pero antes de que llegáramos sentí una oleada de energía incontenible y corrí por la calle hasta las afueras del pueblo. Llegué a un puente, y precisamente allí, como si me estuviera esperando, vi al molde del hombre como una cálida y resplandeciente luz ambarina. Caí de rodillas, no tanto por devoción, sino en una reacción física ante el asombro reverente. La visión del molde del hombre era más sorprendente que nunca. Sin arrogancia alguna, sentí que había experimentado un cambio enorme desde la primera vez que lo vi. Sin embargo, todas las cosas que había visto y aprendido sólo me dieron una apreciación más grande y más profunda del milagro que tenía frente a los ojos.

Al principio, el molde del hombre estaba sobrepuesto al puente, luego algo en mí se agudizó y vi que, hacia arriba y hacia abajo, el molde del hombre se extendía hasta el infinito; el puente no era más que un pequeñísimo armazón, un pequeñísimo bosquejo sobrepuesto a lo eterno. Eso eran también las minúsculas figuras de personas que se movían a mi alrededor, mirándome con descarada curiosidad. Pero yo sentía estar más allá de su alcance, aunque nunca estuve en una situación tan vulnerable. El molde del hombre no tenía poder para protegerme o compadecerse de mí, y sin embargo yo lo amaba con una pasión que no conocía límites.

Pensé entender entonces algo que don Juan me dijo una y otra vez, que el verdadero afecto no puede ser una inversión. Con toda felicidad, me hubiera convertido en sirviente del molde del hombre, no por lo que pudiera darme, porque no tiene nada que dar, sino por el absoluto afecto que sentía por él.

Tuve la sensación de algo que me jalaba, alejándome de aquel lugar, y antes de desaparecer de su presencia le grité una promesa al molde del hombre, pero una gran fuerza me arrebató antes de que pudiera terminar lo que quería decir.

De pronto, me encontré de rodillas en el puente, mientras un grupo de gente local me miraba riéndose. Don Juan llegó a mi lado y me ayudó a incorporarme y juntos caminamos de vuelta a la casa.

-Hay dos maneras de ver el molde del hombre -comenzó don Juan en cuanto nos sentamos-. Lo puedes ver como un hombre o lo puedes ver como una luz. Eso depende del movimiento del punto de encaje. Si el movimiento es lateral, el molde es un ser humano; si el movimiento ocurre en la sección media de la banda del hombre, el molde es una luz. El único valor de lo que has hecho hoy es que tu punto de encaje se desplazó en la sección media.

Dijo que la posición en la que uno ve el molde del hombre es muy cercana a aquella en que aparecen el cuerpo de ensueño y la barrera de la percepción. Esa era la razón por la que los nuevos videntes recomendaban ver y comprender el molde del hombre.

-¿Estás seguro de entender lo que es realmente el molde del hombre? -me preguntó con una sonrisa.

-Le aseguro, don Juan, que estoy perfectamente consciente de lo que es el molde del hombre - dije.

-Cuando llegué al puente te oí gritarle insensateces al molde del hombre -dijo con una sonrisa en extremo maliciosa.

Le dije que me sentí como un sirviente inservible que adoraba a un amo inservible, y sin embargo un afecto absoluto me llevó a jurar amor eterno. Todo le pareció chistoso y se rio hasta que empezó a ahogarse.

-La promesa de un sirviente inservible a un amo inservible es inservible -dijo y volvió a ahogarse de risa.

No sentí necesidad de defender mi posición. Mi afecto por el molde del hombre fue ofrecido sin reserva, sin pensar en recompensas. No me importaba que mi promesa fuera inservible."

"El fuego interno", Carlos Castaneda, 1984

Guía del Autoestopista Espiritual - El molde del Hombre. 2ª Parte

 

«Regresó después a la discusión del molde del hombre.

»Dijo que verlo por mi cuenta, sin ayuda de nadie, era un paso importantísimo, porque todos nosotros tenemos ciertas ideas que deben ser rotas antes de que seamos libres; el vidente que penetra en lo desconocido para vislumbrar lo que no se puede conocer tiene que estar en un estado de ser impecable. Me guiñó el ojo y dijo que el estar en un estado de ser impecable es estar libre de suposiciones racionales y temores racionales. Agregó que tanto mis suposiciones como mis temores me impedían, en ese momento, realinear las emanaciones que me harían recordar haber visto el molde del hombre. Me sugirió que girara mis ojos y me repitió una y otra vez que era verdaderamente importante recordarlo todo antes de verlo de nuevo. Y como el tiempo se le acababa no había cabida para mi lentitud acostumbrada.

»Siguiendo su sugerencia, moví los ojos. Casi de inmediato, olvidé mi incomodidad y de repente recordé que había visto el molde del hombre. Ocurrió eso años antes, en una ocasión bastante memorable para mí, porque desde el punto de vista de mi educación católica, don Juan hizo entonces las declaraciones más sacrílegas que jamás escuché.

»Todo empezó como una conversación amigable mientras subíamos las faldas de unas montañas en el borde del desierto sonorense. Don Juan me explicaba lo que me hacía con sus enseñanzas. Nos detuvimos a descansar y nos sentamos en unas rocas redondas. Siguió explicándome su procedimiento de enseñanza, y esto me animó a intentar, por centésima vez, hablarle de mis problemas. Resultaba evidente que ya no quería oír hablar de ello. Me hizo cambiar de niveles de conciencia y me dijo que si yo viera el molde del hombre, quizá entendería todo lo que él estaba haciendo conmigo y así nos ahorraríamos ambos años de labores.

»Me dio una explicación detallada de lo que era el molde del hombre. No habló de él en términos de las emanaciones del Águila, sino en términos de un patrón de energía que sirve para imprimir las cualidades de lo humano sobre una burbuja amorfa de materia biológica. Por lo menos así lo entendí yo, especialmente después de que me lo explicó aún más a fondo usando una analogía mecánica. Dijo que era como un gigantesco molde, un cuño que produce seres humanos uno por uno, interminablemente, como si legaran a él sobre una banda continua de producción en masa. Hizo una vívida mímica del proceso al unir con gran fuerza las palmas de sus manos, como si el cuño moldeara a un ser humano cada vez que eran unidas sus dos mitades. Dijo también que cada especie tiene su propio molde, y cada individuo de cada especie moldeado por el proceso muestra características particulares de su propia especie.

»Después empezó una elucidación extremadamente inquietante acerca del molde del hombre.

»Dijo que tanto los antiguos videntes como los místicos de nuestro mundo tienen una cosa en común, han podido ver el molde del hombre pero no entienden lo que es. A lo largo de los siglos, los místicos nos han legado conmovedores relatos de sus experiencias. Pero, por muy hermosos que sean, estos relatos se ven estropeados por el craso y desesperante error de pensar que el molde del hombre es un omnipotente y omnisciente creador; los antiguos videntes estaban igualmente errados al creer que el molde del hombre era un espíritu amistoso, un protector.

»Me aseguró que los nuevos videntes eran los únicos que tenían la sobriedad para ver el molde del hombre y para entender lo que es.

»Lo que han llegado a entender es que el molde del hombre no es un creador, sino el molde de todos los atributos humanos que podamos concebir, y de algunos que ni siquiera podemos concebir. El molde es nuestro Dios porque nos acuñó como lo que somos y no porque nos ha creado de la nada haciéndonos en su imagen y semejanza.

»Don Juan dijo que, en su opinión, el caer de rodillas en presencia del molde del hombre exuda arrogancia y autocentrismo humano.

»Conforme escuchaba la explicación de don Juan, me preocupé terriblemente.

»Aunque jamás me consideré un católico practicante, me escandalizaron sus blasfemas implicaciones. Lo estuve escuchando con atención y cortesía, pero ansiaba una pausa en su andanada de sacrilegios para poder cambiar de tema. Pero, sin tregua, siguió recalcando su punto de vista. Finalmente, lo interrumpí y le dije que yo creía en la existencia de Dios. Repuso que mi creencia estaba basada en la fe y que, como tal, era una convicción de segunda mano que no significaba nada; como la de todos los demás, mi creencia en la existencia de Dios estaba basada en un rumor que circulaba y no en el acto de ver.

»Me aseguró que aunque yo fuera capaz de ver, era seguro que cometería el mismo error de todos los místicos. Cualquiera que vea el molde del hombre supone automáticamente que es Dios. Dijo que la experiencia mística era un ver fortuito, algo que sucedía una sola vez en la vida, y que no tenía significado alguno porque era el resultado de un movimiento al azar del punto de encaje.

»Aseveró que los nuevos videntes eran realmente los únicos que podían emitir un juicio justo sobre este asunto, porque ellos eliminaron el ver fortuito y eran capaces de ver el molde del hombre cuantas veces quisieran. Por lo tanto, vieron que lo que llamamos Dios es un prototipo estático de lo humano, sin poder alguno. El molde del hombre no puede, bajo ninguna circunstancia, ayudarnos interviniendo a nuestro favor, ni puede castigarnos por nuestras maleficencias, ni recompensarnos de ninguna manera. Somos simplemente el producto de su sello, somos su impresión. El molde del hombre es exactamente lo que dice su nombre, un cuño, una forma, una moldura que agrupa a un haz particular de elementos, de fibras luminosas, que llamamos hombre.

»Lo que dijo me hundió en un estado de gran angustia. Pero no parecía preocuparle mi genuina agitación. Siguió aguijoneándome con lo que llamaba el crimen imperdonable de los videntes fortuitos, que nos hacen enfocar nuestra energía irreemplazable en algo que no tiene absolutamente ningún poder para hacer nada.

»Mientras más hablaba, más crecía mi disgusto. Cuando me vi tan molesto que estaba a punto de gritarle, me hizo entrar en un estado de conciencia acrecentada aún más profundo. Me golpeó en el lado derecho, entre la cadera y las costillas. Ese golpe me hizo remontarme hasta una luz radiante, al corazón de una diáfana fuente de la más pacífica y exquisita beatitud. Esa luz era un refugio, un oasis en la negrura que me rodeaba.

»Desde mi punto de vista subjetivo, vi esa luz durante un periodo de tiempo incalculable. El esplendor de esa visión rebasaba todo lo que pueda decir, y sin embargo no podía deducir qué era lo que la hacía tan hermosa. Me vino entonces la idea de que su belleza surgía de un sentido de la armonía, de una sensación de paz y descanso, de haber arribado, de finalmente estar a salvo. Me sentí inhalar y exhalar, con quietud y alivio. ¡Qué espléndida sensación de plenitud! Supe, sin sombra de duda, que ahora estaba cara a cara con Dios, con el origen de todo. Y sabía que Dios me amaba. Dios era amor y perdón. La luz me bañó, y me sentí limpio, liberado. Lloré incontrolablemente, sobre todo por mí mismo. La visión de esa luz resplandeciente me hizo sentirme indigno, despreciable.

»De pronto, escuché la voz de don Juan en mi oído.

»Dijo que tenía que ir más allá del molde, que el molde era simplemente una fase, un momento de respiro que le brindaba paz y serenidad transitoria a aquéllos que viajan hacia lo desconocido, pero que era estéril, estático. Era a la vez una imagen plana reflejada en un espejo y el espejo en sí. Y la imagen era la imagen del hombre.

»Resentí apasionadamente lo que decía don Juan; me rebelé contra sus palabras blasfemas y sacrílegas. Quería insultarlo, pero no podía romper el poder de retención de mi ver. Estaba atrapado en él.

»Don Juan parecía saber con exactitud cómo me sentía y lo que quería decirle. —No puedes insultar al nagual —dijo en mi oído—. Es el nagual quien te permite ver. La técnica es del nagual, el poder es del nagual. El nagual es el guía.

»Fue en ese momento en el que me di cuenta de algo acerca de la voz en mi oído. No era la voz de don Juan, aunque era muy parecida. También, la voz tenía razón. El instigador de esa visión era el nagual Juan Matus. Eran su técnica y su poder los que me hacían ver a Dios.

»Dijo que no era Dios, sino el molde del hombre; yo sabía que tenía razón. Sin embargo, no podía admitirlo, no por irritación o necedad, sino simplemente por la absoluta lealtad y el amor que yo sentía por la divinidad que estaba frente a mí.

»Mientras contemplaba la luz con toda la pasión de la que yo era capaz, la luz pareció condensarse y vi a un hombre. Un hombre brillante que exudaba carisma, amor, comprensión, sinceridad, verdad. Un hombre que era la suma total de todo lo que es bueno. El fervor que sentí al ver a ese hombre traspasaba todo la que había sentido en la vida. Caí de rodillas.

»Quería adorar a Dios personificado, pero don Juan intervino y me golpeó en la parte superior izquierda del pecho, cerca de la clavícula, y perdí de vista a Dios. Quedé presa de un sentimiento mortificante, una mezcla de remordimiento, júbilo, certezas y dudas. Don Juan se burló de mí. Me llamó piadoso y descuidado y dijo que yo podría ser un gran sacerdote, un cardenal; podía incluso hacerme pasar por un líder espiritual que había tenido una visión fortuita de Dios.

»Jocosamente, me instó a comenzar a predicar y a describirle a todos cómo era Dios. De manera muy casual pero aparentemente interesada dijo algo que era mitad pregunta, mitad aseveración.

»—¿Y el hombre? —preguntó—. No puedes olvidar que Dios es un varón.

»Mientras entraba en un estado de gran claridad, comencé a tomar conciencia de la enormidad de lo que me decía.

»—Qué conveniente, ¿eh? —agregó don Juan sonriendo—. Dios es un varón. ¡Qué alivio!

El fuego interno, Carlos Castaneda, 1984

Guía del Autoestopista Espiritual - Del Molde del Hombre. 1ª Parte


«Después del almuerzo, don Juan y yo nos sentamos a hablar. Comenzó sin preámbulo alguno. Anunció que habíamos llegado al final de su explicación. Dijo que ya había discutido conmigo todas las verdades del estar consciente de ser descubiertas por los antiguos videntes. Recalcó que ahora yo conocía el orden en el que los nuevos videntes las dispusieron. Dijo que en las últimas sesiones de su explicación me dio una relación detallada de las dos fuerzas que ayudan a mover nuestros puntos de encaje: el levantón de la tierra y la fuerza rodante. Explicó también las tres técnicas desarrolladas por los nuevos videntes: acecho, intento y ensueño, y sus efectos sobre el movimiento del punto de encaje.

»—Ahora —prosiguió—, lo único que te queda por hacer para completar la explicación de la maestría del estar consciente de ser es romper por tu cuenta la barrera de la percepción. Sin ayuda de nadie, tienes que mover tu punto de encaje y alinear otra gran banda de emanaciones. Si no llegas a lograr esto, todo lo que has aprendido y has hecho conmigo será mera plática, simplemente palabras. Y las palabras valen poco.

»Explicó que al moverse el punto de encaje y al alcanzar cierta profundidad, rompe una barrera e interrumpe momentáneamente su capacidad para alinear emanaciones. Experimentamos esa ruptura e interrupción como un vacío perceptual. Ese momento era llamado la “pared de niebla” por los antiguos videntes, porque aparece un banco de niebla cada vez que el alineamiento de emanaciones da un traspié. Dijo que hay tres maneras de tratar con esto. Se lo puede considerar de manera abstracta, como una barrera de percepción; se lo puede sentir como el acto de romper con el cuerpo entero un apretado tambor de papel; o se lo puede ver como una pared de niebla.

»A lo largo de mi aprendizaje con don Juan, me había orientado incontables veces para ver la barrera de la percepción. Al principio, me gustó la idea de una pared de niebla. Don Juan me advirtió que los antiguos videntes también prefirieron verlo de esa manera. Dijo que aportaba gran comodidad y holgura el verlo así, pero que también existía el grave peligro de convertir algo incomprensible en algo sombrío y agorero. Por lo tanto, él recomendaba dejar que las cosas incomprensibles siguieran siendo incomprensibles, en vez de convertirlas en parte del inventario de la primera atención. Después de un fugaz momento de alivio al ver la pared de niebla tuve que estar de acuerdo con don Juan en que era mejor dejar que el periodo de transición fuera una abstracción incomprensible, pero para entonces me resultaba imposible romper lo que mi conciencia había logrado. Cada vez que era colocado en posición de romper la barrera de la percepción, veía la pared de niebla.

»En el pasado, en cierta ocasión, me quejé con don Juan y Genaro de que aunque quería verla como otra cosa, no podía cambiar. Don Juan comentó que eso era comprensible porque yo era así tan mórbido y sombrío como los antiguos videntes, y que en este respecto él y yo éramos muy diferentes. Él era alegre y práctico y no adoraba el inventario humano. Yo, por otra parte, no quería deshacerme de mi inventario y de ahí que era pesado, siniestro e impráctico. Su áspera crítica me asombró y entristeció y me puse muy melancólico. Don Juan y Genaro rieron hasta que les corrieron lágrimas por las mejillas. Genaro agregó que además de todo eso yo era vengativo y tenía una tendencia a engordar. Se rieron con tanto deleite que finalmente me sentí obligado a unirme a ellos.

»Don Juan me dijo entonces que no importaba que viera la pared de niebla, porque tarde o temprano yo cambiaría.

»Los ejercicios de alinear emanaciones no usadas normalmente le permitían al punto de encaje ganar experiencia en moverse. Lo que sí debería preocuparme era cómo podría yo, por mí mismo, darme el empujón inicial para desalojar mi punto de encaje de su posición acostumbrada. Recalcó entonces que el alineamiento era la fuerza que tenía que ver con todo, por consiguiente, uno de sus aspectos, ‘el intento’, era lo que hacía moverse al punto de encaje. Volví a preguntarle acerca de esto.

»—Ahora estás en una posición que te permite contestarte a ti mismo esa pregunta —replicó—. Lo que le da el empujón al punto de encaje es la maestría de la conciencia. Después de todo, nosotros los seres humanos, no somos en realidad gran cosa; en esencia, somos un punto de encaje fijo en cierta posición. Si quieres moverlo toma en cuenta primero a nuestro enemigo y nuestro amigo a la vez, nuestro diálogo interno, nuestro inventario. Apaga tu diálogo interno; haz tu inventario y después deshazte de él. Los nuevos videntes hacen inventarios precisos y después se ríen de ellos. Sin el inventario, el punto de encaje se libera.

»Don Juan me recordó que me había hablado largamente acerca de uno de los aspectos más sólidos de nuestro inventario: nuestra idea de Dios. Dijo que ese aspecto era como una goma muy pegajosa que ligaba al punto de encaje a su posición original. Si yo fuera a alinear otro mundo total con otra gran banda de emanaciones, tenía que dar un paso obligatorio para poder soltar todas las amarras de mi punto de encaje.

»—Ese paso consiste en ver el molde del hombre —dijo—. Hoy tienes que hacerlo, sin ayuda de nadie.

»—¿Qué es el molde del hombre? —pregunté.

»—Te hice verlo muchas veces —contestó—. Tú sabes de lo que estoy hablando.

»Me abstuve de decir que no tenía ni la menor idea de lo que hablaba. Si decía que yo había visto el molde del hombre, debía hacerlo, aunque no tenía la más vaga noción de cómo era. Él parecía saber lo que cruzaba en mi mente. Me sonrió benévolamente y movió la cabeza de un lado a otro como si no creyera lo que yo pensaba.

»—El molde del hombre es un enorme racimo de emanaciones en la gran banda de la vida orgánica —dijo—. Se le llama el molde del hombre porque ese es el racimo que llena el interior del capullo del hombre. "El molde del hombre es la porción de las emanaciones del Águila que los videntes pueden ver directamente sin peligro alguno para ellos".

»Hubo una larga pausa antes de que volviera a hablar.

»—Romper la barrera de la percepción es la última tarea de la maestría de la conciencia —dijo—. Para poder mover tu punto de encaje a esa posición, por tu cuenta, tienes que reunir mucha energía. Haz un viaje de recuperación. ¡Recuerda lo que has hecho!

»Traté de recordar lo que era el molde del hombre. Fallé. Sentí una atroz frustración que pronto se convirtió en enojo real. Estaba furioso conmigo mismo, con don Juan, con todos. Mi furia no impresionó a don Juan. Con un tono ecuánime dijo que el enojo era una reacción natural ante la incapacidad del punto de encaje de moverse al comando.

»—Pasará mucho tiempo antes de que puedas aplicar el principio de que tu comando es el comando del Águila —dijo—. Esa es la esencia de la maestría del intento. Mientras tanto, da ahora mismo el comando de no impacientarte, ni siquiera en los peores momentos de duda. Transcurrirá un lento proceso antes de que ese comando sea escuchado y obedecido como si fuera un comando del Águila.

»Dijo también que hay una inmensurable área de conciencia entre la posición habitual del punto del encaje y la posición en la que ya no existen dudas, que por cierto es el lugar en el que se presenta la barrera de la percepción. En esa área inmensurable, los guerreros caen presa de todas las fechorías concebibles.

»Me advirtió que tenía que estar alerta y no perder la confianza, en vista de mis acciones, porque, de manera inevitable, me vería acosado en algún momento por un tenaz sentido de culpa y derrota.

»—Los nuevos videntes recomiendan un acto muy sencillo, cuando la impaciencia, o la desesperación, o el enojo, o la tristeza cruza su camino —prosiguió—. Recomiendan que los guerreros giren sus ojos. No importa en qué dirección; yo prefiero girar los míos en el sentido de las manecillas del reloj. "El movimiento de los ojos hace moverse o detenerse momentáneamente al punto de encaje. En ese movimiento encontrarás alivio. Esto se hace en sustitución de la verdadera maestría del intento".

»Me quejé de que no quedaba suficiente tiempo para que me enseñara la maestría del intento.

»—Ya te la he enseñado. Algún día habrás de recordarlo todo —me aseguró—. Una cosa desencadenará a la otra. Una palabra clave y todo saldrá de ti, como si hubiera cedido la puerta de un armario lleno a reventar.

El fuego interno, Carlos Castaneda, 1984