jueves, 15 de octubre de 2020

Guía del Autoestopista Espiritual - El Molde del Hombre. Última parte

 

"Después de relatarle a don Juan lo que recordaba, le pregunté acerca de algo que acababa de parecerme terriblemente extraño.

Obviamente, para poder ver el molde del hombre mi punto de encaje se había movido. El recuerdo de los sentimientos y entendimientos que me sucedieron entonces era tan vívido que me dio una sensación de absoluta futilidad. Sentía ahora todo lo que había hecho y sentido en aquel entonces. Le pregunté cómo era posible que, habiendo tenido una comprensión tan clara la hubiera olvidado de manera tan completa. Era como si nada de lo que me ocurrió en aquella ocasión importara, puesto que siempre tenía que partir del punto número uno, a pesar de lo que hubiera podido avanzar en el pasado.

-Esa es sólo una impresión emocional -dijo-. Una equivocación total. Lo que hayas hecho hace años está, sólidamente contenido en algunas emanaciones sin usar. Por ejemplo, ese día en que te hice ver el molde del hombre, yo mismo tuve una verdadera equivocación. Pensé que si lo veías, podrías entenderlo. Fue un auténtico malentendido de mi parte.

Don Juan explicó que siempre creyó que su mentalidad era lenta, sabía que le costaba aprender, pero nunca tuvo realmente la oportunidad de poner a prueba su creencia, porque nunca tuvo un punto de referencia fuera de sí mismo. Cuando aparecí yo y se convirtió en maestro, algo totalmente nuevo para él, se dio cuenta de que a lo mejor no era tan lento como creía. También llegó a entender que no hay manera de acelerar la comprensión, y que desalojar el punto de encaje no es suficiente para comprender.

Como el punto de encaje se mueve normalmente durante los sueños, a veces a posiciones extraordinariamente distantes, siempre que experimentamos un cambio inducido todos somos expertos en compensarlo de inmediato. De manera constante restablecemos nuestro equilibrio y la actividad prosigue como si nada nos hubiera sucedido. Comentó que el valor de las conclusiones de los nuevos videntes no se vuelve evidente hasta que uno trata de mover el punto de encaje de otra persona.

Los nuevos videntes dijeron que, en este respecto lo que cuenta es el esfuerzo para fortalecer la estabilidad del punto de encaje en su nueva posición. Consideraban que éste era el único procedimiento de enseñanza que valía la pena discutir. Y sabían que es un largo proceso que tiene que llevarse a cabo poco a poco, a paso de tortuga. Don Juan me aclaró que de acuerdo a una recomendación de los nuevos videntes, había usado plantas de poder al principio de mi aprendizaje.

A través de su experiencia y de su ver, ellos sabían que las plantas de poder sacuden al punto de encaje, alejándolo enormemente de su posición normal. En principio, el efecto de las plantas de poder sobre el punto de encaje es muy parecido al efecto que producen los sueños: los sueños lo mueven mínimamente, pero las plantas de poder logran moverlo en una escala gigantesca. Un maestro usa los efectos desorientados de tal movimiento para reforzar la noción de que la percepción del mundo jamás es final.

Recordé entonces que había visto el molde del hombre en otras cinco ocasiones, de una manera muy parecida a la primera. Después de cada una de ellas, me sentí menos apasionado con Dios. Sin embargo, nunca pude sobreponerme al hecho de que siempre veía a Dios como un varón. Al final, la sexta vez que lo vi dejó de ser Dios para mí, y se convirtió en el molde del hombre, no debido a lo que dijera don Juan, sino porque la posición de un Dios varón se volvió insostenible. Pude entender entonces las primeras aseveraciones de don Juan. No fueron para nada blasfemas o sacrílegas, porque no las hizo desde el contexto del mundo cotidiano. Tenía razón en decir que los nuevos videntes se encontraban en ventaja por ser capaces de ver el molde del hombre cuantas veces quisieran. Pero la verdadera ventaja era que tenían la sobriedad para poder examinar lo que veían.

Le pregunté por qué veía yo el molde del hombre como un varón.

Dijo que se debía a que, en ese momento, mi punto de encaje no poseía la estabilidad para permanecer completamente pegado a su nueva posición, y se movía lateralmente, en la banda del hombre. Era el mismo caso que ver la barrera de la percepción como una pared de niebla. Lo que hacía moverse lateralmente al punto de encaje era un deseo casi inevitable, o una necesidad, de presentar lo incomprensible en términos que nos resulte familiar: una barrera es una pared y el molde del hombre sólo puede ser un hombre. Pensaba que si yo hubiera sido mujer, hubiera visto al molde como una mujer.

Don Juan se levantó y dijo que era hora de que fuéramos al centro del pueblo, porque yo tenía que ver el molde del hombre entre la gente. En silencio, caminamos hacia la plaza, pero antes de que llegáramos sentí una oleada de energía incontenible y corrí por la calle hasta las afueras del pueblo. Llegué a un puente, y precisamente allí, como si me estuviera esperando, vi al molde del hombre como una cálida y resplandeciente luz ambarina. Caí de rodillas, no tanto por devoción, sino en una reacción física ante el asombro reverente. La visión del molde del hombre era más sorprendente que nunca. Sin arrogancia alguna, sentí que había experimentado un cambio enorme desde la primera vez que lo vi. Sin embargo, todas las cosas que había visto y aprendido sólo me dieron una apreciación más grande y más profunda del milagro que tenía frente a los ojos.

Al principio, el molde del hombre estaba sobrepuesto al puente, luego algo en mí se agudizó y vi que, hacia arriba y hacia abajo, el molde del hombre se extendía hasta el infinito; el puente no era más que un pequeñísimo armazón, un pequeñísimo bosquejo sobrepuesto a lo eterno. Eso eran también las minúsculas figuras de personas que se movían a mi alrededor, mirándome con descarada curiosidad. Pero yo sentía estar más allá de su alcance, aunque nunca estuve en una situación tan vulnerable. El molde del hombre no tenía poder para protegerme o compadecerse de mí, y sin embargo yo lo amaba con una pasión que no conocía límites.

Pensé entender entonces algo que don Juan me dijo una y otra vez, que el verdadero afecto no puede ser una inversión. Con toda felicidad, me hubiera convertido en sirviente del molde del hombre, no por lo que pudiera darme, porque no tiene nada que dar, sino por el absoluto afecto que sentía por él.

Tuve la sensación de algo que me jalaba, alejándome de aquel lugar, y antes de desaparecer de su presencia le grité una promesa al molde del hombre, pero una gran fuerza me arrebató antes de que pudiera terminar lo que quería decir.

De pronto, me encontré de rodillas en el puente, mientras un grupo de gente local me miraba riéndose. Don Juan llegó a mi lado y me ayudó a incorporarme y juntos caminamos de vuelta a la casa.

-Hay dos maneras de ver el molde del hombre -comenzó don Juan en cuanto nos sentamos-. Lo puedes ver como un hombre o lo puedes ver como una luz. Eso depende del movimiento del punto de encaje. Si el movimiento es lateral, el molde es un ser humano; si el movimiento ocurre en la sección media de la banda del hombre, el molde es una luz. El único valor de lo que has hecho hoy es que tu punto de encaje se desplazó en la sección media.

Dijo que la posición en la que uno ve el molde del hombre es muy cercana a aquella en que aparecen el cuerpo de ensueño y la barrera de la percepción. Esa era la razón por la que los nuevos videntes recomendaban ver y comprender el molde del hombre.

-¿Estás seguro de entender lo que es realmente el molde del hombre? -me preguntó con una sonrisa.

-Le aseguro, don Juan, que estoy perfectamente consciente de lo que es el molde del hombre - dije.

-Cuando llegué al puente te oí gritarle insensateces al molde del hombre -dijo con una sonrisa en extremo maliciosa.

Le dije que me sentí como un sirviente inservible que adoraba a un amo inservible, y sin embargo un afecto absoluto me llevó a jurar amor eterno. Todo le pareció chistoso y se rio hasta que empezó a ahogarse.

-La promesa de un sirviente inservible a un amo inservible es inservible -dijo y volvió a ahogarse de risa.

No sentí necesidad de defender mi posición. Mi afecto por el molde del hombre fue ofrecido sin reserva, sin pensar en recompensas. No me importaba que mi promesa fuera inservible."

"El fuego interno", Carlos Castaneda, 1984

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