"Después de relatarle a don Juan lo que recordaba, le
pregunté acerca de algo que acababa de parecerme terriblemente extraño.
Obviamente, para poder ver
el molde del hombre mi punto de encaje se había movido. El recuerdo de los
sentimientos y entendimientos que me sucedieron entonces era tan vívido que me
dio una sensación de absoluta futilidad. Sentía ahora todo lo que había hecho y
sentido en aquel entonces. Le pregunté cómo era posible que, habiendo tenido una
comprensión tan clara la hubiera olvidado de manera tan completa. Era como si
nada de lo que me ocurrió en aquella ocasión importara, puesto que siempre
tenía que partir del punto número uno, a pesar de lo que hubiera podido avanzar
en el pasado.
-Esa es sólo una impresión emocional -dijo-. Una
equivocación total. Lo que hayas hecho hace años está, sólidamente contenido en
algunas emanaciones sin usar. Por ejemplo, ese día en que te hice ver el molde
del hombre, yo mismo tuve una verdadera equivocación. Pensé que si lo veías,
podrías entenderlo. Fue un auténtico malentendido de mi parte.
Don Juan explicó que siempre creyó que su mentalidad era
lenta, sabía que le costaba aprender, pero nunca tuvo realmente la oportunidad
de poner a prueba su creencia, porque nunca tuvo un punto de referencia fuera
de sí mismo. Cuando aparecí yo y se convirtió en maestro, algo totalmente nuevo
para él, se dio cuenta de que a lo mejor no era tan lento como creía. También
llegó a entender que no hay manera de acelerar la comprensión, y que desalojar
el punto de encaje no es suficiente para comprender.
Como el punto de encaje se mueve normalmente durante los
sueños, a veces a posiciones extraordinariamente distantes, siempre que
experimentamos un cambio inducido todos somos expertos en compensarlo de
inmediato. De manera constante restablecemos nuestro equilibrio y la actividad
prosigue como si nada nos hubiera sucedido. Comentó que el valor de las
conclusiones de los nuevos videntes no se vuelve evidente hasta que uno trata
de mover el punto de encaje de otra persona.
Los nuevos videntes dijeron que, en este respecto lo que
cuenta es el esfuerzo para fortalecer la estabilidad del punto de encaje en su
nueva posición. Consideraban que éste era el único procedimiento de enseñanza
que valía la pena discutir. Y sabían que es un largo proceso que tiene que
llevarse a cabo poco a poco, a paso de tortuga. Don Juan me aclaró que de
acuerdo a una recomendación de los nuevos videntes, había usado plantas de
poder al principio de mi aprendizaje.
A través de su experiencia y de su ver, ellos sabían que las plantas de poder sacuden al punto de
encaje, alejándolo enormemente de su posición normal. En principio, el efecto
de las plantas de poder sobre el punto de encaje es muy parecido al efecto que
producen los sueños: los sueños lo mueven mínimamente, pero las plantas de
poder logran moverlo en una escala gigantesca. Un maestro usa los efectos
desorientados de tal movimiento para reforzar la noción de que la percepción
del mundo jamás es final.
Recordé entonces que había visto el molde del hombre en
otras cinco ocasiones, de una manera muy parecida a la primera. Después de cada
una de ellas, me sentí menos apasionado con Dios. Sin embargo, nunca pude
sobreponerme al hecho de que siempre veía a Dios como un varón. Al final, la
sexta vez que lo vi dejó de ser Dios para mí, y se convirtió en el molde del
hombre, no debido a lo que dijera don Juan, sino porque la posición de un Dios
varón se volvió insostenible. Pude entender entonces las primeras aseveraciones
de don Juan. No fueron para nada blasfemas o sacrílegas, porque no las hizo
desde el contexto del mundo cotidiano. Tenía razón en decir que los nuevos
videntes se encontraban en ventaja por ser capaces de ver el molde del hombre
cuantas veces quisieran. Pero la verdadera ventaja era que tenían la sobriedad
para poder examinar lo que veían.
Le pregunté por qué veía
yo el molde del hombre como un varón.
Dijo que se debía a que, en ese momento, mi punto de encaje
no poseía la estabilidad para permanecer completamente pegado a su nueva
posición, y se movía lateralmente, en la banda del hombre. Era el mismo caso
que ver la barrera de la percepción como una pared de niebla. Lo que hacía
moverse lateralmente al punto de encaje era un deseo casi inevitable, o una
necesidad, de presentar lo incomprensible en términos que nos resulte familiar:
una barrera es una pared y el molde del hombre sólo puede ser un hombre. Pensaba
que si yo hubiera sido mujer, hubiera visto
al molde como una mujer.
Don Juan se levantó y dijo que era hora de que fuéramos al
centro del pueblo, porque yo tenía que ver
el molde del hombre entre la gente. En silencio, caminamos hacia la plaza, pero
antes de que llegáramos sentí una oleada de energía incontenible y corrí por la
calle hasta las afueras del pueblo. Llegué a un puente, y precisamente allí,
como si me estuviera esperando, vi al
molde del hombre como una cálida y resplandeciente luz ambarina. Caí de
rodillas, no tanto por devoción, sino en una reacción física ante el asombro
reverente. La visión del molde del hombre era más sorprendente que nunca. Sin
arrogancia alguna, sentí que había experimentado un cambio enorme desde la
primera vez que lo vi. Sin embargo, todas las cosas que había visto y aprendido
sólo me dieron una apreciación más grande y más profunda del milagro que tenía
frente a los ojos.
Al principio, el molde del hombre estaba sobrepuesto al
puente, luego algo en mí se agudizó y vi
que, hacia arriba y hacia abajo, el molde del hombre se extendía hasta el
infinito; el puente no era más que un pequeñísimo armazón, un pequeñísimo
bosquejo sobrepuesto a lo eterno. Eso eran también las minúsculas figuras de
personas que se movían a mi alrededor, mirándome con descarada curiosidad. Pero
yo sentía estar más allá de su alcance, aunque nunca estuve en una situación
tan vulnerable. El molde del hombre no tenía poder para protegerme o
compadecerse de mí, y sin embargo yo lo amaba con una pasión que no conocía
límites.
Pensé entender entonces algo que don Juan me dijo una y otra
vez, que el verdadero afecto no puede ser una inversión. Con toda felicidad, me
hubiera convertido en sirviente del molde del hombre, no por lo que pudiera
darme, porque no tiene nada que dar, sino por el absoluto afecto que sentía por
él.
Tuve la sensación de algo que me jalaba, alejándome de aquel
lugar, y antes de desaparecer de su presencia le grité una promesa al molde del
hombre, pero una gran fuerza me arrebató antes de que pudiera terminar lo que
quería decir.
De pronto, me encontré de rodillas en el puente, mientras un
grupo de gente local me miraba riéndose. Don Juan llegó a mi lado y me ayudó a
incorporarme y juntos caminamos de vuelta a la casa.
-Hay dos maneras de ver
el molde del hombre -comenzó don Juan en cuanto nos sentamos-. Lo puedes ver
como un hombre o lo puedes ver como una luz. Eso depende del movimiento del
punto de encaje. Si el movimiento es lateral, el molde es un ser humano; si el
movimiento ocurre en la sección media de la banda del hombre, el molde es una
luz. El único valor de lo que has hecho hoy es que tu punto de encaje se desplazó
en la sección media.
Dijo que la posición en la que uno ve el molde del hombre es muy cercana a aquella en que aparecen el
cuerpo de ensueño y la barrera de la percepción. Esa era la razón por la que
los nuevos videntes recomendaban ver
y comprender el molde del hombre.
-¿Estás seguro de entender lo que es realmente el molde del
hombre? -me preguntó con una sonrisa.
-Le aseguro, don Juan, que estoy perfectamente consciente de
lo que es el molde del hombre - dije.
-Cuando llegué al puente te oí gritarle insensateces al
molde del hombre -dijo con una sonrisa en extremo maliciosa.
Le dije que me sentí como un sirviente inservible que
adoraba a un amo inservible, y sin embargo un afecto absoluto me llevó a jurar
amor eterno. Todo le pareció chistoso y se rio hasta que empezó a ahogarse.
-La promesa de un sirviente inservible a un amo inservible
es inservible -dijo y volvió a ahogarse de risa.
No sentí necesidad de defender mi posición. Mi afecto por el
molde del hombre fue ofrecido sin reserva, sin pensar en recompensas. No me
importaba que mi promesa fuera inservible."
"El fuego interno", Carlos Castaneda, 1984
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