jueves, 13 de febrero de 2020

Guía del autoestopista espiritual - Sobre crearse a uno mismo



“El viaje de vuelta en el autobús se me hizo interminable. Me pasé todo el trayecto llorando, mientras Anna trataba en vano de consolarme. Por último, tuve que pedirle que me dejara en paz. Al principio le costó entender mi necesidad de aislamiento, pero más tarde se quedó dormida.

Cuando por fin descendimos de aquel desvencijado autobús, sólo fue para esperar nuestro tren durante varias horas en la gélida estación. Anna no hacía más que mirarme de soslayo, esperando una explicación de mi comportamiento, pero no era capaz de dársela. Por lo general, yo no solía tener secretos para ella, pero hasta ese momento no había conseguido encontrar palabras para explicarme, ni siquiera a mí misma, lo ocurrido. Era demasiado pronto para tratar de ofrecerle un relato coherente. Necesitaría algún tiempo a solas, de vuelta en Novosivirsk, para aclararme las ideas.

Cuando por fin abrí la puerta de mi pequeño apartamento, emití un suspiro de alivio. Estaba segura de que el regreso a casa me ayudaría a recobrar lo que consideraba mi “realidad normal”. Dejé las bolsas en el suelo, fui a la cocina a prepararme una taza de café bien cargado y encendí un cigarrillo. Los desconcertantes acontecimientos del viaje aún me parecían abrumadores, y tuve que hacerme el propósito consciente de relajarme.

Sabía que era una persona distinta de la que había partido hacia Altai apenas unos días antes; sin embargo, ahí estaba, contemplando en el espejo la misma cara, esperando recuperar la tranquilizadora seguridad de mi antigua y familiar identidad.

Examiné el correo acumulado, dejando los periódicos a un lado para mirarlos más tarde. Finalmente, me acomodé en mi viejo sofá para leerlos con tranquilidad. Al principio, todas las noticias me parecieron exactamente iguales a las de la semana anterior, hasta que al volver una página un titular que rezaba “Ciencia en Siberia” me llamó la atención. Bajo los titulares, una fotografía de gran tamaño mostraba la entrada a una tumba antigua en los montes Altai. La foto me pareció interesante, así que seguí leyendo.

El artículo explicaba que en el verano anterior se había descubierto la tumba de una mujer joven. Al parecer, debía de tener unos veinticinco años cuando murió, y la habían enterrado a gran altura en la montaña, en una grieta que durante el breve verano se llenaba con el agua glacial del deshielo y cada invierno volvía a congelarse. Los arqueólogos creían que la mujer probablemente había sido sacerdotisa de una religión olvidada que existió hace dos o tres mil años. Durante milenios, su tumba había hecho las veces de frigorífico, de manera que su contenido se hallaba en un notable estado de conservación. Junto al cadáver de la joven se encontró una ofrenda de carne, destinada a alimentarla durante su viaje al mundo de los espíritus, y tras descongelarla se comprobó que conservaba la textura y el olor inconfundible del cordero.

La fotografía y la descripción de la tumba me recordaron la escena en que había tenido lugar mi último encuentro con Umai, y a medida que seguí leyendo, el corazón empezó a latirme cada vez más deprisa.

Según el artículo, un descubrimiento en particular había producido un considerable revuelo arqueológico: los brazos de la mujer estaban cubiertos de tatuajes que representaban extraños animales simbólicos, y que envolvían sus extremidades fundiéndose unos con otros. Estos tatuajes habían resultado ser del mismo estilo que los encontrados en otra momia, el cadáver de un hombre cuya tumba se había descubierto hacía casi cincuenta años. Al igual que la mujer, también se le consideraba sacerdote de una antigua religión.

Experimenté la certeza intuitiva de que aquella era la misma mujer que se me había aparecido en el sueño. Una sensación de vértigo se apoderó de mi cuerpo. Extendí las piernas sobre el sofá y me recosté, mientras los periódicos y cartas caían al suelo de cualquier manera. Apoyé la cabeza en un cojín y cerré los ojos.

Con una voz que sonaba tranquila solo a causa de mi férrea determinación de que fuera así, me dije a mí misma: “No quiero seguir pensando. Necesito dormir. Por favor, quiero dormir como lo hacía antes, sin más sueños extraños”. Decir eso no contribuyó en nada a calmarme, pero continué, esforzándome por mantener al menos la voz serena. “Relájate y no pienses en nada.”

-Eso es. Ahora no es momento de pensar. Tienes otras cosas que hacer. –Estas palabras las pronuncia una vigorosa voz masculina pero las oigo como si provinieran de mi interior.

-¡Oh, Dios! ¿Qué está ocurriendo? –exclamo, terriblemente asustada.

-Solo estás soñando. Tranquilízate –me ordena la voz. Para mi sorpresa, me siento más calmada. Quizá la voz tiene razón. Debo haberme quedado dormida sin darme cuenta, simplemente, y esto es sólo un sueño.

-Hay cosas que debes aprender ahora. ¿Qué te gustaría que te dijeran en primer lugar?

-Quiero oír la cosa más importante que pueda comprender en mi estado actual.

-Bien. Sígueme. –Acepto su voz como la de un maestro, de manera que, cuando veo la figura de un hombre vestido de blanco, lo sigo sin dudarlo un momento. Siento una gran curiosidad por saber qué me tiene preparado. La figura se mueve con decisión y casi enseguida empieza a descender por una escala que se hunde en las profundidades de la tierra. Eso me sorprende, porque al solicitar una revelación esperaba que me llegara otra vez por medio de algo como disolverme en el cielo.

Sigue descendiendo cada vez más abajo, y yo tras él. A medida que descendemos, el ambiente se vuelve más y más caliente y se oscurece casi por completo. Por fin, lo veo entrar en una habitación tras una gruesa puerta de hierro negro. Me apresuro a entrar en pos de él, pues no quiero quedarme sola. Rojas lenguas de fuego rodean la habitación. Hombres desnudos provistos de martillos se hallan de pie junto a enormes yunques negros. Veo que la figura blanca de mi maestro sale de la habitación por otra puerta en el lado opuesto. Para seguirlo, debo cruzar el círculo que forman esos hombres, y es evidente que no piensan dejarme pasar. Sonríen y se hablan en susurros, mientras me contemplan sin tratar de disimular su desprecio.

Las llamas casi tocan mis cabellos. Los hombres avanzan poco a poco hacia mí. Guardan silencio, pero sé que han decidido hacerme algo espantoso. La puerta de hierro se cierra a mis espaldas con un ruido sofocado, dejándome sin escapatoria posible. Al darme cuenta de que estoy atrapada, me echo a llorar. ¿Cómo he podido ser tan crédula como para aceptar a ese diablo por maestro y permitirle que me condujera hasta aquí? En vez de la revelación que me había prometido, sé que voy a experimentar algo terrible de veras.

Los hombres se aproximan cada vez más a mí, y advierto que están completamente borrachos. El miedo llena todo mi ser y no puede ir a otro sitio más que al exterior. Empiezo a gritar.

Entonces, como salida de la nada, me viene a la mente una sencilla comprensión: ese lugar y los hombres que me rodean son creaciones de mi propio miedo. Todas las imágenes de ese sueño son sólo mías. Yo las controlo y puedo hacer lo que quiera con ellas. Este conocimiento hace que me sienta más poderosa, y avanzo confiada hacia los borrachos. Las rojas llamas se desvanecen, y los hombres se encojen hasta convertirse en pequeñas figuras amorfas que al fin desaparecen por completo. Cruzo la habitación vacía y salgo por la otra puerta.

El hombre de blanco está esperándome al otro lado.

-¿Has reconocido la lección? –me pregunta.

-Sí. –Ahora comprendo que desde un lugar en el centro de mi ser soy capaz de controlar lo que llamamos realidad, y de cambiarla, según mi voluntad. Recuerdo lo que me contó Umai acerca de las dos tareas que los seres humanos deben cumplir: crear su realidad y crearse a sí mismos. Sé que aún tiene más que explicarme y siento grandes deseos de hablar con ella.

-Quiero ver a Umai –le digo a mi maestro, pues siento que la conoce y que quizá pueda reunirme con ella.

-No es posible que vuelvas a verla. Hizo lo que necesitábamos que hiciera. Ahora ha terminado todo.

-¡No! ¡Quiero verla! –le grito a mi maestro. Me doy cuenta de lo mucho que la he echado de menos, y comprendo que sería capaz de casi cualquier cosa con tal de volver a verla.

-No es posible –repite. Habla en tono exasperado, como si se dirigiera a una niña desobediente.

Pero nada puede detenerme.

-¡Te equivocas! ¡Es posible! –insisto, pues ahora sé que soy capaz de modificar la realidad. Sé cómo enfocar todo mi ser para traer a Umai a ese lugar. Lo hago y de repente la veo de pie ante mí.

-Bien, bien. Eres una buena alumna dice el hombre, sonriente, antes de desaparecer.

Me vuelvo hacia Umai con gozosa expectación. Ella me mira con una amable y maravillosa sonrisa, y una vez más me doy cuenta de que estaría dispuesta a confiarle mi vida.

-¿Por qué me has hecho venir aquí? –inquiere Umai.

-Deseo saber más acerca de cómo nos creamos a nosotros mismos. Empiezo a comprender de qué manera creo mi propia realidad; ahora quiero saber a qué te referías cuando hablaste de crear el ser que vive en esa realidad.

-Mírate a ti misma y mira a los seres que tienes a tu alrededor. Lo único que hace cualquier persona en todo momento es intentar construir su Sí mismo. Continuamente le hablan a este ser que no cesa de crecer y cambiar, e intentan darle forma.

Para ello, las personas tienen tres procesos fundamentales. Hablan del pasado en el interior de su cabeza, lo reconstruyen cambiando o borrando las cosas que no concuerdan con el ser que pretenden crear y ampliando las cosas que les sirven de ayuda. Por su parte, también piensan en el futuro, se imaginan lo que harán, cuál será su aspecto, qué posesiones tendrán y cómo serán aceptados por los demás.

El tercer proceso que utilizan los seres humanos es el que los conecta con el presente. Siempre Reflejan la reacción inmediata de las percepciones de los demás respecto a quién son y lo que hacen. Algunas de esas reacciones refuerzan su sentido de identidad, mientras que otras lo destruyen. Se dan cuenta de que algunas personas se sienten atraídas por ellos y otras no. Por lo general, cuando están en contacto con personas que no refuerzan su sentido de sí mismo, experimentan lo que suele llamarse desagrado hacia esas personas. Y al contrario, cuando reciben apoyo hacia sí mismos por parte de quienes los rodean, crean una sensación de agrado hacia esas personas en particular. De esa manera, los seres humanos combinan el pasado, el presente y el futuro para crearse a sí mismos. Si estás atenta, observarás que esto ocurre en cualquier persona y en cualquier situación. Mira a tu alrededor. Verás muchos ejemplos interesantes de lo que te digo.

Pero cuando llegues a conocer todo lo que puedas acerca de este proceso, te encontrarás con la existencia del otro Yo, que es consciente de todo esto e independiente de ello. Ése es tu Yo del Corazón, y es ahí donde empiezan la auténtica libertad y la auténtica magia. Es la fuente del gran arte de hacer una elección. Pero con esto es suficiente para ti, por el momento.”
                                                    

 "El círculo de los chamanes" Dra. Olga Kharitidi, 1996

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