“El viaje
de vuelta en el autobús se me hizo interminable. Me pasé todo el trayecto
llorando, mientras Anna trataba en vano de consolarme. Por último, tuve que
pedirle que me dejara en paz. Al principio le costó entender mi necesidad de
aislamiento, pero más tarde se quedó dormida.
Cuando por
fin descendimos de aquel desvencijado autobús, sólo fue para esperar nuestro
tren durante varias horas en la gélida estación. Anna no hacía más que mirarme
de soslayo, esperando una explicación de mi comportamiento, pero no era capaz de
dársela. Por lo general, yo no solía tener secretos para ella, pero hasta ese
momento no había conseguido encontrar palabras para explicarme, ni siquiera a mí
misma, lo ocurrido. Era demasiado pronto para tratar de ofrecerle un relato
coherente. Necesitaría algún tiempo a solas, de vuelta en Novosivirsk, para
aclararme las ideas.
Cuando por
fin abrí la puerta de mi pequeño apartamento, emití un suspiro de alivio.
Estaba segura de que el regreso a casa me ayudaría a recobrar lo que
consideraba mi “realidad normal”. Dejé las bolsas en el suelo, fui a la cocina
a prepararme una taza de café bien cargado y encendí un cigarrillo. Los
desconcertantes acontecimientos del viaje aún me parecían abrumadores, y tuve
que hacerme el propósito consciente de relajarme.
Sabía que
era una persona distinta de la que había partido hacia Altai apenas unos días
antes; sin embargo, ahí estaba, contemplando en el espejo la misma cara,
esperando recuperar la tranquilizadora seguridad de mi antigua y familiar
identidad.
Examiné el
correo acumulado, dejando los periódicos a un lado para mirarlos más tarde. Finalmente,
me acomodé en mi viejo sofá para leerlos con tranquilidad. Al principio, todas
las noticias me parecieron exactamente iguales a las de la semana anterior,
hasta que al volver una página un titular que rezaba “Ciencia en Siberia” me
llamó la atención. Bajo los titulares, una fotografía de gran tamaño mostraba
la entrada a una tumba antigua en los montes Altai. La foto me pareció
interesante, así que seguí leyendo.
El artículo
explicaba que en el verano anterior se había descubierto la tumba de una mujer
joven. Al parecer, debía de tener unos veinticinco años cuando murió, y la
habían enterrado a gran altura en la montaña, en una grieta que durante el
breve verano se llenaba con el agua glacial del deshielo y cada invierno volvía
a congelarse. Los arqueólogos creían que la mujer probablemente había sido
sacerdotisa de una religión olvidada que existió hace dos o tres mil años.
Durante milenios, su tumba había hecho las veces de frigorífico, de manera que
su contenido se hallaba en un notable estado de conservación. Junto al cadáver
de la joven se encontró una ofrenda de carne, destinada a alimentarla durante su
viaje al mundo de los espíritus, y tras descongelarla se comprobó que
conservaba la textura y el olor inconfundible del cordero.
La
fotografía y la descripción de la tumba me recordaron la escena en que había
tenido lugar mi último encuentro con Umai, y a medida que seguí leyendo, el
corazón empezó a latirme cada vez más deprisa.
Según el
artículo, un descubrimiento en particular había producido un considerable
revuelo arqueológico: los brazos de la mujer estaban cubiertos de tatuajes que
representaban extraños animales simbólicos, y que envolvían sus extremidades
fundiéndose unos con otros. Estos tatuajes habían resultado ser del mismo
estilo que los encontrados en otra momia, el cadáver de un hombre cuya tumba se
había descubierto hacía casi cincuenta años. Al igual que la mujer, también se
le consideraba sacerdote de una antigua religión.
Experimenté
la certeza intuitiva de que aquella era la misma mujer que se me había
aparecido en el sueño. Una sensación de vértigo se apoderó de mi cuerpo.
Extendí las piernas sobre el sofá y me recosté, mientras los periódicos y
cartas caían al suelo de cualquier manera. Apoyé la cabeza en un cojín y cerré
los ojos.
Con una voz
que sonaba tranquila solo a causa de mi férrea determinación de que fuera así,
me dije a mí misma: “No quiero seguir pensando. Necesito dormir. Por favor,
quiero dormir como lo hacía antes, sin más sueños extraños”. Decir eso no contribuyó
en nada a calmarme, pero continué, esforzándome por mantener al menos la voz
serena. “Relájate y no pienses en nada.”
-Eso es. Ahora no es momento de
pensar. Tienes otras cosas que hacer. –Estas palabras las pronuncia una
vigorosa voz masculina pero las oigo como si provinieran de mi interior.
-¡Oh, Dios! ¿Qué está ocurriendo? –exclamo,
terriblemente asustada.
-Solo estás soñando. Tranquilízate –me
ordena la voz. Para mi sorpresa, me siento más calmada. Quizá la voz tiene
razón. Debo haberme quedado dormida sin darme cuenta, simplemente, y esto es sólo
un sueño.
-Hay cosas que debes aprender ahora.
¿Qué te gustaría que te dijeran en primer lugar?
-Quiero oír la cosa más importante
que pueda comprender en mi estado actual.
-Bien. Sígueme. –Acepto su voz como
la de un maestro, de manera que, cuando veo la figura de un hombre vestido de
blanco, lo sigo sin dudarlo un momento. Siento una gran curiosidad por saber
qué me tiene preparado. La figura se mueve con decisión y casi enseguida
empieza a descender por una escala que se hunde en las profundidades de la
tierra. Eso me sorprende, porque al solicitar una revelación esperaba que me
llegara otra vez por medio de algo como disolverme en el cielo.
Sigue descendiendo cada vez más abajo,
y yo tras él. A medida que descendemos, el ambiente se vuelve más y más
caliente y se oscurece casi por completo. Por fin, lo veo entrar en una
habitación tras una gruesa puerta de hierro negro. Me apresuro a entrar en pos
de él, pues no quiero quedarme sola. Rojas lenguas de fuego rodean la
habitación. Hombres desnudos provistos de martillos se hallan de pie junto a
enormes yunques negros. Veo que la figura blanca de mi maestro sale de la
habitación por otra puerta en el lado opuesto. Para seguirlo, debo cruzar el
círculo que forman esos hombres, y es evidente que no piensan dejarme pasar.
Sonríen y se hablan en susurros, mientras me contemplan sin tratar de disimular
su desprecio.
Las llamas casi tocan mis cabellos.
Los hombres avanzan poco a poco hacia mí. Guardan silencio, pero sé que han decidido hacerme algo espantoso. La puerta de hierro se cierra a mis espaldas
con un ruido sofocado, dejándome sin escapatoria posible. Al darme cuenta de
que estoy atrapada, me echo a llorar. ¿Cómo he podido ser tan crédula como para
aceptar a ese diablo por maestro y permitirle que me condujera hasta aquí? En
vez de la revelación que me había prometido, sé que voy a experimentar algo
terrible de veras.
Los hombres se aproximan cada vez más
a mí, y advierto que están completamente borrachos. El miedo llena todo mi ser
y no puede ir a otro sitio más que al exterior. Empiezo a gritar.
Entonces, como salida de la nada, me
viene a la mente una sencilla comprensión: ese lugar y los hombres que me
rodean son creaciones de mi propio miedo. Todas las imágenes de ese sueño son sólo
mías. Yo las controlo y puedo hacer lo que quiera con ellas. Este conocimiento
hace que me sienta más poderosa, y avanzo confiada hacia los borrachos. Las
rojas llamas se desvanecen, y los hombres se encojen hasta convertirse en
pequeñas figuras amorfas que al fin desaparecen por completo. Cruzo la
habitación vacía y salgo por la otra puerta.
El hombre de blanco está esperándome
al otro lado.
-¿Has reconocido la lección? –me pregunta.
-Sí. –Ahora comprendo que desde un
lugar en el centro de mi ser soy capaz de controlar lo que llamamos realidad, y
de cambiarla, según mi voluntad. Recuerdo lo que me contó Umai acerca de las dos
tareas que los seres humanos deben cumplir: crear su realidad y crearse a sí
mismos. Sé que aún tiene más que explicarme y siento grandes deseos de hablar
con ella.
-Quiero ver a Umai –le digo a mi
maestro, pues siento que la conoce y que quizá pueda reunirme con ella.
-No es posible que vuelvas a verla.
Hizo lo que necesitábamos que hiciera. Ahora ha terminado todo.
-¡No! ¡Quiero verla! –le grito a mi
maestro. Me doy cuenta de lo mucho que la he echado de menos, y comprendo que
sería capaz de casi cualquier cosa con tal de volver a verla.
-No es posible –repite. Habla en tono
exasperado, como si se dirigiera a una niña desobediente.
Pero nada puede detenerme.
-¡Te equivocas! ¡Es posible! –insisto,
pues ahora sé que soy capaz de modificar la realidad. Sé cómo enfocar todo mi
ser para traer a Umai a ese lugar. Lo hago y de repente la veo de pie ante mí.
-Bien, bien. Eres una buena alumna
dice el hombre, sonriente, antes de desaparecer.
Me vuelvo hacia Umai con gozosa
expectación. Ella me mira con una amable y maravillosa sonrisa, y una vez más
me doy cuenta de que estaría dispuesta a confiarle mi vida.
-¿Por qué me has hecho venir aquí? –inquiere
Umai.
-Deseo saber más acerca de cómo nos
creamos a nosotros mismos. Empiezo a comprender de qué manera creo mi propia
realidad; ahora quiero saber a qué te referías cuando hablaste de crear el ser
que vive en esa realidad.
-Mírate a ti misma y mira a los seres
que tienes a tu alrededor. Lo único que hace cualquier persona en todo momento
es intentar construir su Sí mismo. Continuamente le hablan a este ser que no
cesa de crecer y cambiar, e intentan darle forma.
Para ello, las personas tienen tres
procesos fundamentales. Hablan del pasado en el interior de su cabeza, lo
reconstruyen cambiando o borrando las cosas que no concuerdan con el ser que
pretenden crear y ampliando las cosas que les sirven de ayuda. Por su parte,
también piensan en el futuro, se imaginan lo que harán, cuál será su aspecto,
qué posesiones tendrán y cómo serán aceptados por los demás.
El tercer proceso que utilizan los
seres humanos es el que los conecta con el presente. Siempre Reflejan la
reacción inmediata de las percepciones de los demás respecto a quién son y lo
que hacen. Algunas de esas reacciones refuerzan su sentido de identidad,
mientras que otras lo destruyen. Se dan cuenta de que algunas personas se sienten
atraídas por ellos y otras no. Por lo general, cuando están en contacto con
personas que no refuerzan su sentido de sí mismo, experimentan lo que suele
llamarse desagrado hacia esas personas. Y al contrario, cuando reciben apoyo
hacia sí mismos por parte de quienes los rodean, crean una sensación de agrado
hacia esas personas en particular. De esa manera, los seres humanos combinan el
pasado, el presente y el futuro para crearse a sí mismos. Si estás atenta,
observarás que esto ocurre en cualquier persona y en cualquier situación. Mira
a tu alrededor. Verás muchos ejemplos interesantes de lo que te digo.
Pero cuando llegues a conocer todo lo
que puedas acerca de este proceso, te encontrarás con la existencia del otro
Yo, que es consciente de todo esto e independiente de ello. Ése es tu Yo del
Corazón, y es ahí donde empiezan la auténtica libertad y la auténtica magia. Es
la fuente del gran arte de hacer una elección. Pero con esto es suficiente para
ti, por el momento.”
"El círculo de los chamanes" Dra. Olga Kharitidi, 1996 |
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