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Aburrido, lo que se dice aburrido, no va a ser...
¡Ah, y Feliz Apocalipsis!
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¡Ah, y Feliz Apocalipsis!
“… —¿Dios?, el puto plan de Dios ¿También crees en Santa
Claus?
—De acuerdo Willard, ¿quieres compartir más de tus ideas?
—¿Mis ideas?..., de acuerdo.
Creo que la humanidad es una capa de bacterias sobre una
bola de fango precipitándose en el vacío. Creo que si existiera un Dios nos
habría abandonado hace tiempo. Nos dio un paraíso y lo consumimos
completamente. Extrajimos cada gramo de energía y la gastamos. Consumimos y
excretamos. Usamos y destruimos. Luego nos sentamos aquí, en un montón de
cenizas, tras haber exprimido todo lo valioso del planeta y nos preguntamos: —¿Por
qué estamos aquí?
—¿Quieres saber cuál es tu propósito? —Es obvio, estás aquí
para acelerar la muerte entrópica de este planeta al servicio del Caos. Somos
larvas devorando un cadáver.”
“Westworld”,
Temporada 3, capítulo 6
"Después de relatarle a don Juan lo que recordaba, le
pregunté acerca de algo que acababa de parecerme terriblemente extraño.
Obviamente, para poder ver
el molde del hombre mi punto de encaje se había movido. El recuerdo de los
sentimientos y entendimientos que me sucedieron entonces era tan vívido que me
dio una sensación de absoluta futilidad. Sentía ahora todo lo que había hecho y
sentido en aquel entonces. Le pregunté cómo era posible que, habiendo tenido una
comprensión tan clara la hubiera olvidado de manera tan completa. Era como si
nada de lo que me ocurrió en aquella ocasión importara, puesto que siempre
tenía que partir del punto número uno, a pesar de lo que hubiera podido avanzar
en el pasado.
-Esa es sólo una impresión emocional -dijo-. Una
equivocación total. Lo que hayas hecho hace años está, sólidamente contenido en
algunas emanaciones sin usar. Por ejemplo, ese día en que te hice ver el molde
del hombre, yo mismo tuve una verdadera equivocación. Pensé que si lo veías,
podrías entenderlo. Fue un auténtico malentendido de mi parte.
Don Juan explicó que siempre creyó que su mentalidad era
lenta, sabía que le costaba aprender, pero nunca tuvo realmente la oportunidad
de poner a prueba su creencia, porque nunca tuvo un punto de referencia fuera
de sí mismo. Cuando aparecí yo y se convirtió en maestro, algo totalmente nuevo
para él, se dio cuenta de que a lo mejor no era tan lento como creía. También
llegó a entender que no hay manera de acelerar la comprensión, y que desalojar
el punto de encaje no es suficiente para comprender.
Como el punto de encaje se mueve normalmente durante los
sueños, a veces a posiciones extraordinariamente distantes, siempre que
experimentamos un cambio inducido todos somos expertos en compensarlo de
inmediato. De manera constante restablecemos nuestro equilibrio y la actividad
prosigue como si nada nos hubiera sucedido. Comentó que el valor de las
conclusiones de los nuevos videntes no se vuelve evidente hasta que uno trata
de mover el punto de encaje de otra persona.
Los nuevos videntes dijeron que, en este respecto lo que
cuenta es el esfuerzo para fortalecer la estabilidad del punto de encaje en su
nueva posición. Consideraban que éste era el único procedimiento de enseñanza
que valía la pena discutir. Y sabían que es un largo proceso que tiene que
llevarse a cabo poco a poco, a paso de tortuga. Don Juan me aclaró que de
acuerdo a una recomendación de los nuevos videntes, había usado plantas de
poder al principio de mi aprendizaje.
A través de su experiencia y de su ver, ellos sabían que las plantas de poder sacuden al punto de
encaje, alejándolo enormemente de su posición normal. En principio, el efecto
de las plantas de poder sobre el punto de encaje es muy parecido al efecto que
producen los sueños: los sueños lo mueven mínimamente, pero las plantas de
poder logran moverlo en una escala gigantesca. Un maestro usa los efectos
desorientados de tal movimiento para reforzar la noción de que la percepción
del mundo jamás es final.
Recordé entonces que había visto el molde del hombre en
otras cinco ocasiones, de una manera muy parecida a la primera. Después de cada
una de ellas, me sentí menos apasionado con Dios. Sin embargo, nunca pude
sobreponerme al hecho de que siempre veía a Dios como un varón. Al final, la
sexta vez que lo vi dejó de ser Dios para mí, y se convirtió en el molde del
hombre, no debido a lo que dijera don Juan, sino porque la posición de un Dios
varón se volvió insostenible. Pude entender entonces las primeras aseveraciones
de don Juan. No fueron para nada blasfemas o sacrílegas, porque no las hizo
desde el contexto del mundo cotidiano. Tenía razón en decir que los nuevos
videntes se encontraban en ventaja por ser capaces de ver el molde del hombre
cuantas veces quisieran. Pero la verdadera ventaja era que tenían la sobriedad
para poder examinar lo que veían.
Le pregunté por qué veía
yo el molde del hombre como un varón.
Dijo que se debía a que, en ese momento, mi punto de encaje
no poseía la estabilidad para permanecer completamente pegado a su nueva
posición, y se movía lateralmente, en la banda del hombre. Era el mismo caso
que ver la barrera de la percepción como una pared de niebla. Lo que hacía
moverse lateralmente al punto de encaje era un deseo casi inevitable, o una
necesidad, de presentar lo incomprensible en términos que nos resulte familiar:
una barrera es una pared y el molde del hombre sólo puede ser un hombre. Pensaba
que si yo hubiera sido mujer, hubiera visto
al molde como una mujer.
Don Juan se levantó y dijo que era hora de que fuéramos al
centro del pueblo, porque yo tenía que ver
el molde del hombre entre la gente. En silencio, caminamos hacia la plaza, pero
antes de que llegáramos sentí una oleada de energía incontenible y corrí por la
calle hasta las afueras del pueblo. Llegué a un puente, y precisamente allí,
como si me estuviera esperando, vi al
molde del hombre como una cálida y resplandeciente luz ambarina. Caí de
rodillas, no tanto por devoción, sino en una reacción física ante el asombro
reverente. La visión del molde del hombre era más sorprendente que nunca. Sin
arrogancia alguna, sentí que había experimentado un cambio enorme desde la
primera vez que lo vi. Sin embargo, todas las cosas que había visto y aprendido
sólo me dieron una apreciación más grande y más profunda del milagro que tenía
frente a los ojos.
Al principio, el molde del hombre estaba sobrepuesto al
puente, luego algo en mí se agudizó y vi
que, hacia arriba y hacia abajo, el molde del hombre se extendía hasta el
infinito; el puente no era más que un pequeñísimo armazón, un pequeñísimo
bosquejo sobrepuesto a lo eterno. Eso eran también las minúsculas figuras de
personas que se movían a mi alrededor, mirándome con descarada curiosidad. Pero
yo sentía estar más allá de su alcance, aunque nunca estuve en una situación
tan vulnerable. El molde del hombre no tenía poder para protegerme o
compadecerse de mí, y sin embargo yo lo amaba con una pasión que no conocía
límites.
Pensé entender entonces algo que don Juan me dijo una y otra
vez, que el verdadero afecto no puede ser una inversión. Con toda felicidad, me
hubiera convertido en sirviente del molde del hombre, no por lo que pudiera
darme, porque no tiene nada que dar, sino por el absoluto afecto que sentía por
él.
Tuve la sensación de algo que me jalaba, alejándome de aquel
lugar, y antes de desaparecer de su presencia le grité una promesa al molde del
hombre, pero una gran fuerza me arrebató antes de que pudiera terminar lo que
quería decir.
De pronto, me encontré de rodillas en el puente, mientras un
grupo de gente local me miraba riéndose. Don Juan llegó a mi lado y me ayudó a
incorporarme y juntos caminamos de vuelta a la casa.
-Hay dos maneras de ver
el molde del hombre -comenzó don Juan en cuanto nos sentamos-. Lo puedes ver
como un hombre o lo puedes ver como una luz. Eso depende del movimiento del
punto de encaje. Si el movimiento es lateral, el molde es un ser humano; si el
movimiento ocurre en la sección media de la banda del hombre, el molde es una
luz. El único valor de lo que has hecho hoy es que tu punto de encaje se desplazó
en la sección media.
Dijo que la posición en la que uno ve el molde del hombre es muy cercana a aquella en que aparecen el
cuerpo de ensueño y la barrera de la percepción. Esa era la razón por la que
los nuevos videntes recomendaban ver
y comprender el molde del hombre.
-¿Estás seguro de entender lo que es realmente el molde del
hombre? -me preguntó con una sonrisa.
-Le aseguro, don Juan, que estoy perfectamente consciente de
lo que es el molde del hombre - dije.
-Cuando llegué al puente te oí gritarle insensateces al
molde del hombre -dijo con una sonrisa en extremo maliciosa.
Le dije que me sentí como un sirviente inservible que
adoraba a un amo inservible, y sin embargo un afecto absoluto me llevó a jurar
amor eterno. Todo le pareció chistoso y se rio hasta que empezó a ahogarse.
-La promesa de un sirviente inservible a un amo inservible
es inservible -dijo y volvió a ahogarse de risa.
No sentí necesidad de defender mi posición. Mi afecto por el
molde del hombre fue ofrecido sin reserva, sin pensar en recompensas. No me
importaba que mi promesa fuera inservible."
"El fuego interno", Carlos Castaneda, 1984
«Regresó después a la discusión del molde del hombre.
»Dijo que verlo por mi cuenta, sin ayuda de nadie, era un
paso importantísimo, porque todos nosotros tenemos ciertas ideas que deben ser
rotas antes de que seamos libres; el vidente que penetra en lo desconocido para
vislumbrar lo que no se puede conocer tiene que estar en un estado de ser
impecable. Me guiñó el ojo y dijo que el estar en un estado de ser impecable es
estar libre de suposiciones racionales y temores racionales. Agregó que tanto
mis suposiciones como mis temores me impedían, en ese momento, realinear las
emanaciones que me harían recordar haber visto el molde del hombre. Me sugirió
que girara mis ojos y me repitió una y otra vez que era verdaderamente
importante recordarlo todo antes de verlo de nuevo. Y como el tiempo se le
acababa no había cabida para mi lentitud acostumbrada.
»Siguiendo su sugerencia, moví los ojos. Casi de inmediato,
olvidé mi incomodidad y de repente recordé que había visto el molde del hombre.
Ocurrió eso años antes, en una ocasión bastante memorable para mí, porque desde
el punto de vista de mi educación católica, don Juan hizo entonces las
declaraciones más sacrílegas que jamás escuché.
»Todo empezó como una conversación amigable mientras subíamos
las faldas de unas montañas en el borde del desierto sonorense. Don Juan me explicaba
lo que me hacía con sus enseñanzas. Nos detuvimos a descansar y nos sentamos en
unas rocas redondas. Siguió explicándome su procedimiento de enseñanza, y esto
me animó a intentar, por centésima vez, hablarle de mis problemas. Resultaba
evidente que ya no quería oír hablar de ello. Me hizo cambiar de niveles de
conciencia y me dijo que si yo viera el molde del hombre, quizá entendería todo
lo que él estaba haciendo conmigo y así nos ahorraríamos ambos años de labores.
»Me dio una explicación detallada de lo que era el molde del
hombre. No habló de él en términos de las emanaciones del Águila, sino en
términos de un patrón de energía que sirve para imprimir las cualidades de lo
humano sobre una burbuja amorfa de materia biológica. Por lo menos así lo entendí
yo, especialmente después de que me lo explicó aún más a fondo usando una
analogía mecánica. Dijo que era como un gigantesco molde, un cuño que produce
seres humanos uno por uno, interminablemente, como si legaran a él sobre una banda
continua de producción en masa. Hizo una vívida mímica del proceso al unir con
gran fuerza las palmas de sus manos, como si el cuño moldeara a un ser humano
cada vez que eran unidas sus dos mitades. Dijo también que cada especie tiene
su propio molde, y cada individuo de cada especie moldeado por el proceso
muestra características particulares de su propia especie.
»Después empezó una elucidación extremadamente inquietante
acerca del molde del hombre.
»Dijo que tanto los antiguos videntes como los místicos de
nuestro mundo tienen una cosa en común, han podido ver el molde del hombre pero
no entienden lo que es. A lo largo de los siglos, los místicos nos han legado
conmovedores relatos de sus experiencias. Pero, por muy hermosos que sean,
estos relatos se ven estropeados por el craso y desesperante error de pensar
que el molde del hombre es un omnipotente y omnisciente creador; los antiguos
videntes estaban igualmente errados al creer que el molde del hombre era un espíritu
amistoso, un protector.
»Me aseguró que los nuevos videntes eran los únicos que
tenían la sobriedad para ver el molde del hombre y para entender lo que es.
»Lo que han llegado a entender es que el molde del hombre no
es un creador, sino el molde de todos los atributos humanos que podamos
concebir, y de algunos que ni siquiera podemos concebir. El molde es nuestro
Dios porque nos acuñó como lo que somos y no porque nos ha creado de la nada
haciéndonos en su imagen y semejanza.
»Don Juan dijo que, en su opinión, el caer de rodillas en
presencia del molde del hombre exuda arrogancia y autocentrismo humano.
»Conforme escuchaba la explicación de don Juan, me preocupé
terriblemente.
»Aunque jamás me consideré un católico practicante, me
escandalizaron sus blasfemas implicaciones. Lo estuve escuchando con atención y
cortesía, pero ansiaba una pausa en su andanada de sacrilegios para poder
cambiar de tema. Pero, sin tregua, siguió recalcando su punto de vista.
Finalmente, lo interrumpí y le dije que yo creía en la existencia de Dios.
Repuso que mi creencia estaba basada en la fe y que, como tal, era una
convicción de segunda mano que no significaba nada; como la de todos los demás,
mi creencia en la existencia de Dios estaba basada en un rumor que circulaba y
no en el acto de ver.
»Me aseguró que aunque yo fuera capaz de ver, era seguro que cometería el mismo error de todos los místicos.
Cualquiera que vea el molde del hombre supone automáticamente que es Dios. Dijo
que la experiencia mística era un ver
fortuito, algo que sucedía una sola vez en la vida, y que no tenía significado
alguno porque era el resultado de un movimiento al azar del punto de encaje.
»Aseveró que los nuevos videntes eran realmente los únicos
que podían emitir un juicio justo sobre este asunto, porque ellos eliminaron el
ver fortuito y eran capaces de ver el
molde del hombre cuantas veces quisieran. Por lo tanto, vieron que lo que
llamamos Dios es un prototipo estático de lo humano, sin poder alguno. El molde
del hombre no puede, bajo ninguna circunstancia, ayudarnos interviniendo a
nuestro favor, ni puede castigarnos por nuestras maleficencias, ni
recompensarnos de ninguna manera. Somos simplemente el producto de su sello,
somos su impresión. El molde del hombre es exactamente lo que dice su nombre,
un cuño, una forma, una moldura que agrupa a un haz particular de elementos, de
fibras luminosas, que llamamos hombre.
»Lo que dijo me hundió en un estado de gran angustia. Pero no
parecía preocuparle mi genuina agitación. Siguió aguijoneándome con lo que
llamaba el crimen imperdonable de los videntes fortuitos, que nos hacen enfocar
nuestra energía irreemplazable en algo que no tiene absolutamente ningún poder
para hacer nada.
»Mientras más hablaba, más crecía mi disgusto. Cuando me vi
tan molesto que estaba a punto de gritarle, me hizo entrar en un estado de
conciencia acrecentada aún más profundo. Me golpeó en el lado derecho, entre la
cadera y las costillas. Ese golpe me hizo remontarme hasta una luz radiante, al
corazón de una diáfana fuente de la más pacífica y exquisita beatitud. Esa luz
era un refugio, un oasis en la negrura que me rodeaba.
»Desde mi punto de vista subjetivo, vi esa luz durante un
periodo de tiempo incalculable. El esplendor de esa visión rebasaba todo lo que
pueda decir, y sin embargo no podía deducir qué era lo que la hacía tan hermosa.
Me vino entonces la idea de que su belleza surgía de un sentido de la armonía,
de una sensación de paz y descanso, de haber arribado, de finalmente estar a
salvo. Me sentí inhalar y exhalar, con quietud y alivio. ¡Qué espléndida
sensación de plenitud! Supe, sin sombra de duda, que ahora estaba cara a cara
con Dios, con el origen de todo. Y sabía que Dios me amaba. Dios era amor y
perdón. La luz me bañó, y me sentí limpio, liberado. Lloré incontrolablemente,
sobre todo por mí mismo. La visión de esa luz resplandeciente me hizo sentirme
indigno, despreciable.
»De pronto, escuché la voz de don Juan en mi oído.
»Dijo que tenía que ir más allá del molde, que el molde era
simplemente una fase, un momento de respiro que le brindaba paz y serenidad
transitoria a aquéllos que viajan hacia lo desconocido, pero que era estéril,
estático. Era a la vez una imagen plana reflejada en un espejo y el espejo en
sí. Y la imagen era la imagen del hombre.
»Resentí apasionadamente lo que decía don Juan; me rebelé
contra sus palabras blasfemas y sacrílegas. Quería insultarlo, pero no podía
romper el poder de retención de mi ver.
Estaba atrapado en él.
»Don Juan parecía saber con exactitud cómo me sentía y lo que
quería decirle. —No puedes insultar al nagual —dijo en mi oído—. Es el nagual
quien te permite ver. La técnica es
del nagual, el poder es del nagual. El nagual es el guía.
»Fue en ese momento en el que me di cuenta de algo acerca de
la voz en mi oído. No era la voz de don Juan, aunque era muy parecida. También,
la voz tenía razón. El instigador de esa visión era el nagual Juan Matus. Eran
su técnica y su poder los que me hacían ver
a Dios.
»Dijo que no era Dios, sino el molde del hombre; yo sabía que
tenía razón. Sin embargo, no podía admitirlo, no por irritación o necedad, sino
simplemente por la absoluta lealtad y el amor que yo sentía por la divinidad
que estaba frente a mí.
»Mientras contemplaba la luz con toda la pasión de la que yo
era capaz, la luz pareció condensarse y vi a un hombre. Un hombre brillante que
exudaba carisma, amor, comprensión, sinceridad, verdad. Un hombre que era la
suma total de todo lo que es bueno. El fervor que sentí al ver a ese hombre
traspasaba todo la que había sentido en la vida. Caí de rodillas.
»Quería adorar a Dios personificado, pero don Juan intervino
y me golpeó en la parte superior izquierda del pecho, cerca de la clavícula, y
perdí de vista a Dios. Quedé presa de un sentimiento mortificante, una mezcla
de remordimiento, júbilo, certezas y dudas. Don Juan se burló de mí. Me llamó
piadoso y descuidado y dijo que yo podría ser un gran sacerdote, un cardenal;
podía incluso hacerme pasar por un líder espiritual que había tenido una visión
fortuita de Dios.
»Jocosamente, me instó a comenzar a predicar y a describirle
a todos cómo era Dios. De manera muy casual pero aparentemente interesada dijo
algo que era mitad pregunta, mitad aseveración.
»—¿Y el hombre? —preguntó—. No puedes olvidar que Dios es un
varón.
»Mientras entraba en un estado de gran claridad, comencé a
tomar conciencia de la enormidad de lo que me decía.
»—Qué conveniente, ¿eh? —agregó don Juan sonriendo—. Dios es un varón. ¡Qué alivio!
El fuego interno, Carlos Castaneda, 1984
«Después del almuerzo, don Juan y yo nos sentamos a hablar.
Comenzó sin preámbulo alguno. Anunció que habíamos llegado al final de su
explicación. Dijo que ya había discutido conmigo todas las verdades del estar
consciente de ser descubiertas por los antiguos videntes. Recalcó que ahora yo
conocía el orden en el que los nuevos videntes las dispusieron. Dijo que en las
últimas sesiones de su explicación me dio una relación detallada de las dos
fuerzas que ayudan a mover nuestros puntos de encaje: el levantón de la tierra
y la fuerza rodante. Explicó también las tres técnicas desarrolladas por los
nuevos videntes: acecho, intento y ensueño, y sus efectos sobre el movimiento
del punto de encaje.
»—Ahora —prosiguió—, lo único que te queda por hacer para
completar la explicación de la maestría del estar consciente de ser es romper
por tu cuenta la barrera de la percepción. Sin ayuda de nadie, tienes que mover
tu punto de encaje y alinear otra gran banda de emanaciones. Si no llegas a
lograr esto, todo lo que has aprendido y has hecho conmigo será mera plática,
simplemente palabras. Y las palabras valen poco.
»Explicó que al moverse el punto de encaje y al alcanzar
cierta profundidad, rompe una barrera e interrumpe momentáneamente su capacidad
para alinear emanaciones. Experimentamos esa ruptura e interrupción como un
vacío perceptual. Ese momento era llamado la “pared de niebla” por los antiguos
videntes, porque aparece un banco de niebla cada vez que el alineamiento de
emanaciones da un traspié. Dijo que hay tres maneras de tratar con esto. Se lo
puede considerar de manera abstracta, como una barrera de percepción; se lo
puede sentir como el acto de romper con el cuerpo entero un apretado tambor de
papel; o se lo puede ver como una pared de niebla.
»A lo largo de mi aprendizaje con don Juan, me había
orientado incontables veces para ver la barrera de la percepción. Al principio,
me gustó la idea de una pared de niebla. Don Juan me advirtió que los antiguos
videntes también prefirieron verlo de esa manera. Dijo que aportaba gran
comodidad y holgura el verlo así, pero que también existía el grave peligro de
convertir algo incomprensible en algo sombrío y agorero. Por lo tanto, él
recomendaba dejar que las cosas incomprensibles siguieran siendo incomprensibles,
en vez de convertirlas en parte del inventario de la primera atención. Después
de un fugaz momento de alivio al ver la pared de niebla tuve que estar de
acuerdo con don Juan en que era mejor dejar que el periodo de transición fuera
una abstracción incomprensible, pero para entonces me resultaba imposible
romper lo que mi conciencia había logrado. Cada vez que era colocado en
posición de romper la barrera de la percepción, veía la pared de niebla.
»En el pasado, en cierta ocasión, me quejé con don Juan y
Genaro de que aunque quería verla como otra cosa, no podía cambiar. Don Juan
comentó que eso era comprensible porque yo era así tan mórbido y sombrío como
los antiguos videntes, y que en este respecto él y yo éramos muy diferentes. Él
era alegre y práctico y no adoraba el inventario humano. Yo, por otra parte, no
quería deshacerme de mi inventario y de ahí que era pesado, siniestro e
impráctico. Su áspera crítica me asombró y entristeció y me puse muy
melancólico. Don Juan y Genaro rieron hasta que les corrieron lágrimas por las
mejillas. Genaro agregó que además de todo eso yo era vengativo y tenía una
tendencia a engordar. Se rieron con tanto deleite que finalmente me sentí
obligado a unirme a ellos.
»Don Juan me dijo entonces que no importaba que viera la
pared de niebla, porque tarde o temprano yo cambiaría.
»Los ejercicios de alinear emanaciones no usadas normalmente
le permitían al punto de encaje ganar experiencia en moverse. Lo que sí debería
preocuparme era cómo podría yo, por mí mismo, darme el empujón inicial para
desalojar mi punto de encaje de su posición acostumbrada. Recalcó entonces que
el alineamiento era la fuerza que tenía que ver con todo, por consiguiente, uno
de sus aspectos, ‘el intento’, era lo que hacía moverse al punto de encaje.
Volví a preguntarle acerca de esto.
»—Ahora estás en una posición que te permite contestarte a ti
mismo esa pregunta —replicó—. Lo que le da el empujón al punto de encaje es la
maestría de la conciencia. Después de todo, nosotros los seres humanos, no somos
en realidad gran cosa; en esencia, somos un punto de encaje fijo en cierta
posición. Si quieres moverlo toma en cuenta primero a nuestro enemigo y nuestro
amigo a la vez, nuestro diálogo interno, nuestro inventario. Apaga tu diálogo
interno; haz tu inventario y después deshazte de él. Los nuevos videntes hacen
inventarios precisos y después se ríen de ellos. Sin el inventario, el punto de
encaje se libera.
»Don Juan me recordó que me había hablado largamente acerca
de uno de los aspectos más sólidos de nuestro inventario: nuestra idea de Dios.
Dijo que ese aspecto era como una goma muy pegajosa que ligaba al punto de
encaje a su posición original. Si yo fuera a alinear otro mundo total con otra
gran banda de emanaciones, tenía que dar un paso obligatorio para poder soltar
todas las amarras de mi punto de encaje.
»—Ese paso consiste en ver el molde del hombre —dijo—. Hoy
tienes que hacerlo, sin ayuda de nadie.
»—¿Qué es el molde del hombre? —pregunté.
»—Te hice verlo muchas veces —contestó—. Tú sabes de lo que
estoy hablando.
»Me abstuve de decir que no tenía ni la menor idea de lo que
hablaba. Si decía que yo había visto el molde del hombre, debía hacerlo, aunque
no tenía la más vaga noción de cómo era. Él parecía saber lo que cruzaba en mi
mente. Me sonrió benévolamente y movió la cabeza de un lado a otro como si no
creyera lo que yo pensaba.
»—El molde del hombre es un enorme racimo de emanaciones en
la gran banda de la vida orgánica —dijo—. Se le llama el molde del hombre
porque ese es el racimo que llena el interior del capullo del hombre. "El
molde del hombre es la porción de las emanaciones del Águila que los videntes
pueden ver directamente sin peligro alguno para ellos".
»Hubo una larga pausa antes de que volviera a hablar.
»—Romper la barrera de la percepción es la última tarea de la
maestría de la conciencia —dijo—. Para poder mover tu punto de encaje a esa
posición, por tu cuenta, tienes que reunir mucha energía. Haz un viaje de
recuperación. ¡Recuerda lo que has hecho!
»Traté de recordar lo que era el molde del hombre. Fallé.
Sentí una atroz frustración que pronto se convirtió en enojo real. Estaba
furioso conmigo mismo, con don Juan, con todos. Mi furia no impresionó a don
Juan. Con un tono ecuánime dijo que el enojo era una reacción natural ante la
incapacidad del punto de encaje de moverse al comando.
»—Pasará mucho tiempo antes de que puedas aplicar el principio de que tu comando es el comando del Águila —dijo—. Esa es la esencia de la maestría del intento. Mientras tanto, da ahora mismo el comando de no impacientarte, ni siquiera en los peores momentos de duda. Transcurrirá un lento proceso antes de que ese comando sea escuchado y obedecido como si fuera un comando del Águila.
»Dijo también que hay una inmensurable área de conciencia entre la posición habitual del punto del encaje y la posición en la que ya no existen dudas, que por cierto es el lugar en el que se presenta la barrera de la percepción. En esa área inmensurable, los guerreros caen presa de todas las fechorías concebibles.
»Me advirtió que tenía que estar alerta y no perder la
confianza, en vista de mis acciones, porque, de manera inevitable, me vería
acosado en algún momento por un tenaz sentido de culpa y derrota.
»—Los nuevos videntes recomiendan un acto muy sencillo,
cuando la impaciencia, o la desesperación, o el enojo, o la tristeza cruza su
camino —prosiguió—. Recomiendan que los guerreros giren sus ojos. No importa en
qué dirección; yo prefiero girar los míos en el sentido de las manecillas del
reloj. "El movimiento de los ojos hace moverse o detenerse momentáneamente
al punto de encaje. En ese movimiento encontrarás alivio. Esto se hace en
sustitución de la verdadera maestría del intento".
»Me quejé de que no quedaba suficiente tiempo para que me enseñara
la maestría del intento.
»—Ya te la he enseñado. Algún día habrás de recordarlo todo —me aseguró—. Una cosa desencadenará a la otra. Una palabra clave y todo saldrá de ti, como si hubiera cedido la puerta de un armario lleno a reventar.
El fuego interno, Carlos Castaneda, 1984