"Cinco días antes de mi partida para esta arriesgada empresa,
hace once días, y casi a esta misma hora, oí la llamada del cuerno. Parecía
venir del norte pero apagada, como si fuese solo un eco en la mente, un
presagio funesto pensamos que era mi padre y yo, pues no habíamos tenido
ninguna noticia de Boromir desde su partida y ningún vigía de nuestras fronteras
lo había visto pasar. Y tres noches después, me aconteció otra cosa más extraña
aún.
Era la noche y yo estaba sentado junto al Anduin, en la penumbra
gris bajo la luna pálida y joven, contemplando la corriente incesante y las
cañas tristes que susurraban en la orilla. Es así como siempre vigilamos las costas
en las cercanías de Osiriath, ahora en parte en manos del enemigo, y donde se
esconden antes de saquear nuestro territorio. Pero era media noche y todo el
mundo dormía. Entonces vi, o me pareció ver, una barca que flotaba sobre el
agua gris y centelleante, una rara y pequeña barca de proa alta, y no había
nadie en ella que la remase o la guiase. Un temor misterioso me sobrecogió. Una
luz pálida envolvía la barca, pero me levanté y fui hasta la orilla y entré en
el río, pues algo me atraía hacia ella. Entonces la embarcación viró hacia mí y
flotó lentamente al alcance de mi mano.
Yo no me atreví a tocarla, se hundía en el río como si
llevase una carga pesada. Y me pareció cuando pasó bajo mis ojos que estaba
casi llena de un agua transparente y que de ella emanaba aquella luz y que
sumergido en el agua dormía un guerrero. Tenía sobre las rodillas una espada rota,
y vi en su cuerpo muchas heridas, era Boromir, mi hermano, muerto. Reconocí los
atavíos, la espada, el rostro tan amado. Una única cosa eché de menos, el
cuerno, y vi una sola que no conocía, un hermoso cinturón de hojas de oro engarzadas
que le ceñía el talle. ¡Boromir! Grité, ¿dónde está tu cuerno?, ¿adónde vas, oh,
Boromir? Pero ya no estaba."
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