“En Irlanda oímos hablar poco de
los poderes oscuros, y es aún más raro encontrar a alguien que los haya visto,
pues la imaginación de la gente se recrea más en lo fantástico y en lo
caprichoso, y la fantasía y el capricho perderían la libertad -que es su aliento
de vida- si se los asociara al bien o al mal. Y, sin embargo, los sabios son de
la opinión de que, dondequiera que está el hombre, los poderes oscuros, que desean
alimentar su rapacidad, también están ahí, igual que los seres resplandecientes
que guardan su miel en las células de su corazón y los seres del crepúsculo que
revolotean de aquí a allá, y de que lo rodean con una multitud apasionada y
melancólica.
También sostienen que quien, por
un deseo prolongado o por un accidente de nacimiento, posee el poder de
penetrar en su morada oculta, puede verlos ahí, a quienes una vez fueron
hombres y mujeres llenos de una terrible vehemencia, y a quienes nunca han
vivido en la Tierra, moviéndose lentamente y con una malicia más sutil.
Dicen que los poderes oscuros se
agarran a nosotros día y noche, como murciélagos a un viejo árbol; y el que no
oigamos hablar más de ellos se debe meramente a que los tipos de magia más
oscuros se han practicado muy poco. Ciertamente he encontrado a muy pocas
personas en Irlanda que intenten comunicarse con poderes malvados, y las pocas
que he conocido mantienen su propósito y su práctica completamente ocultos de
la gente entre la que viven.
[…]
“Venga con nosotros” dijo el líder,
un empleado de un gran molino de harina, “y le mostraremos espíritus que
hablarán con usted cara a cara y de forma tan sólida y pesada como la nuestra”.
Yo había estado hablando del
poder de comunicarse en estados de trance con seres angélicos y duendes –los hijos
del día y del crepúsculo- y él había sostenido que sólo deberíamos creer en
aquello que podemos ver y sentir en nuestro estado mental normal y cotidiano. “Sí”
dije, “iré a verles”, o algo parecido, “pero no me permitiré entrar en en
trance y, por lo tanto, sabré si esas formas de las que usted habla pueden ser
tocadas y percibidas por los sentidos en mayor medida de las que yo hablo.”
[…]
El invocador parecía aumentar su
poder gradualmente y comencé a sentir como si hubiese una corriente de
oscuridad saliendo de su interior y concentrándose a mi alrededor; y entonces
percibí también que el hombre que estaba a mi lado había entrado en un trance
similar a la muerte. Con gran esfuerzo aparté las nubes negras, pero sintiendo
que eran las únicas formas que vería sin entrar en trance y, al no tenerles
ningún amor, pedí que encendieran las luces y, después del necesario exorcismo,
volví al mundo normal.
Le dije al más poderoso de los
brujos: “¿Qué ocurriría si uno de sus espíritus me dominara?”. “Usted saldría de
esta habitación”, respondió, “con el carácter del espíritu añadido al suyo.”
“El crepúsculo celta”, W. B.
Yeats, 1902