Toni García Ramón para Jot Down
Hablemos claro: desde que empezó la invasión de la
autoayuda no ha sido usted el mismo. Bien, ni usted, ni nadie. Paulo Coelho,
Eduard Punset (y esa criatura que le acompaña a todas partes, Elsa), Jorge
Bucay o Albert Espinosa le han llevado al límite: ahora tiene que cavar debajo
del arcoíris porque allí encontrará una olla llena de autoestima; o dedicar su
vida a la búsqueda del trébol de cuatro hojas que acabará con esa manía suya de
estar en paro; o leer unos poemas que le alejarán de su terrible depresión al
mismo tiempo que le enseñarán que la vida es un sueño y que tiene usted que ser
feliz porque le sale a un escritor portugués de la entrepierna.
Sin embargo, y dejando de lado que no le recomendamos
cavar debajo del arcoíris, básicamente porque allí no habrá ninguna olla (a
menos que cave en un vertedero, entonces no sabemos qué va a encontrar), la
autoayuda presenta un gran inconveniente: es mentira.
¿Por qué? Se preguntará mientras pone una señal en «Si
tú me dices ven lo dejo todo, pero ven» para no olvidar en qué página se quedó.
Pues porque desde un punto de vista puramente racional es imposible que, sin
conocerle de nada, un tercero escriba un libro para usted con el propósito de
ayudarle. Es decir, para que una obra fuera de autoayuda debería escribirla uno
mismo. Si no es así deberían llamarlo «de ayuda», simplemente. Con el «auto»
están insinuando que es usted un imbécil incapaz de ayudarse a sí mismo y que
van a pedirle a alguien a quien le importan un pito sus dolencias escriba algo
para que encuentre consuelo después de pasar por caja.
En Jot Down, siempre a la vanguardia de la literatura
y el bienestar, les proponemos ser los pioneros en la propagación de un nuevo
género: el autoodio. La corriente «cógete manía» puede ser el respiro que usted
necesitaba. ¿No está cansado de sonreír todo el día como si fuera idiota?
¿Quiere darle un cabezazo a la pared después de una semana de mierda en la
oficina pero Paulo Coelho no le deja? ¿Permite que el vecino entre en el
ascensor cuando podría usted darle al botón de cerrar puerta y subir sin tener
que soportar su conversación? Le proponemos abrazar el pensamiento negativo, la
mala hostia, la fealdad, la cara de asco y el gruñido.
No va a ser usted más feliz, su vida no será más
tranquila que un lago de Suiza y probablemente sus parientes piensen en
llevarle al campo y abandonarle allí, pero al menos no tendrá que volver a
tragar con patrañas, mamarrachadas y soplapolleces.
Llevan una década diciéndole que todo tiene solución y
todo pasa.
Nosotros le diremos la verdad: los cojones.
Siga estos diez sencillos pasos y acompáñenos al mundo
real, donde uno puede darse cabezazos contra el cristal del baño si le apetece*
y sin que nadie le diga que aunque sangre como un cerdo tiene que sonreír.
1) No diga «buenos días». Cada mañana (hechos reales)
mi bisabuela le decía a mi bisabuelo: «buenos días», a lo que mi bisabuelo le
contestaba «ya te lo diré por la noche si han sido buenos».
Huya de ese modelo opresivo que le han querido vender
como educación y que en realidad es un auténtico coñazo. Mueva ligeramente la
cabeza cuando alguien le salude, diga «mm-hm» si insisten, pero deje de
transmitir que tiene la impresión de que el día va a ser bueno. Usted sabe que
casi con toda seguridad el día va a ser una porquería. Y si lo hace bien ellos/as sabrán que usted
lo sabe. Va a convertirse usted en un/a tipo/a inquietante/a y en el próximo
amigo invisible le va a caer un reloj de oro, o un Porsche Cayenne, básicamente
porque a sus compañeros les visitará el fantasma del pánico pensando en que
cualquier día puede ir a la oficina con una Uzi y mucha munición.
2) Sea negativo. Usted lo sabe y nosotros también, no todos
los problemas tienen solución. Es más, muchos de ellos no tienen solución. Es
más, la gran mayoría no tienen solución. Lo de «nada es imposible» solo tiene
una respuesta: tener a mano un lanzallamas. Si desea comprobar lo imposible que
son algunas cosas dese una vuelta por la Antártida en bermudas o vaya a
Fukushima y respire hondo.
Sin embargo, se han empeñado en aconsejarle que cada
vez que se encuentre con el barro hasta el cuello sonría y piense que todo —de
algún modo milagroso— se arreglará. Es más, le han hecho creer que cualquier
metáfora, hipérbole o analogía por torticera que sea, es aplicable a su persona
y no dudan en usarla como arma arrojadiza: «Como el elefante que descubrió su
propia trompa. Un libro que le permitirá revelar sus virtudes ocultas». A
partir de ahora déjese de estupideces, cada vez que alguien le diga que «mañana
volverá a salir el sol» o «el tiempo lo cura todo» mírele como el náufrago al
que arrojan una pelota de Nivea y le dicen que se entretenga, que ya irán a
rescatarle cuando tengan un momento.
3) Piense que cada día es domingo por la noche. A
menos que sea autónomo, cuando todos los días son lunes, deje de pensar en
semanas y concentre su mala actitud en pensar que está usted a punto de llegar
al lunes, perpetuamente. Ese día donde todos tienen cara de haber sido
abducidos y sufrido abusos sexuales en una nave nodriza a manos de un grupo de
extraterrestres fans del Marqués de Sade.
Este sencillo ejercicio de pesimismo forjará en usted
una mala baba sin precedentes y le ayudará a dejar de pensar en campos verdes
llenos de cortacéspedes conducidos por monjes budistas donde los pájaros vuelan
del revés para no cagarse en su cabeza.
4) Coma como un jabalí. Esta es otra rama de la
autoayuda que debe usted eliminar de su vida: «comer bien le hará mejor
persona». La teoría es tan ridícula que desmentirla significaría darle pábulo;
sin embargo, eso significa (si le damos pábulo) que no existen vegetarianos ni
veganos que sean unos hijos de puta, y que si es usted un psicópata o un
corrupto bastará con empezar a hacerse unas verduritas a la plancha y a beber
leche de algas y se le pasará. Un día de estos alguien descubrirá que las
plantas tienen sentimientos y que las zanahorias sienten un dolor infinito
cuando se las hierve o separa de las otras zanahorias y viviremos un
Apocalipsis alimenticio. Esperando a que llegue ese día dedíquese usted a
engullir donuts (los cronuts, esa infecta mezcla entre donut y cruasán, sería
otra posibilidad —incluso mejor— y le haría sentir sucio e inmundo casi
inmediatamente, que al final es de lo que se trata) y beber mejunjes
azucarados, con la mayor parte de colorantes posibles. Y haga apología de ello
cada vez que tenga ocasión: «Joder, ayer me metí veinticinco mil calorías y os
odié a todos aun más que de costumbre».
5) Su cuerpo no es ningún templo. Nadie lo ha
demostrado aún pero el ejercicio es letal. No, no hablamos de esos ciclados de
gimnasio que intentan parecerse al David de Miguel Ángel y acaban pareciéndose
a una escultura de Botero (el músculo de hoy es el michelín del mañana) sino de
los que dados a elegir entre una siesta e ir a correr les falta tiempo para
ponerse las zapatillas (los hay, cada vez más, créanos). No sea usted un
hombre/mujer sano/a, encuentre ese lugar del sofá donde poder atrincherarse sin
que le salgan llagas y luche contra las costumbres establecidas. A medida que
su cuerpo se aclimate a la falta de ejercicio físico y la televisión se
convierta en su mejor amigo empezará usted a cogerse manía. No recoger las
cajas de pizza, ni las latas de Coca-Cola (nada de Zero, cuantas más calorías
mejor), ni las bolsas de ositos de goma, ayudará bastante. Ánimo, estamos a
medio camino.
6) Deje de creer que fracasar es malo. Los libros de
autoayuda le enseñan que es usted un triunfador, que bajo esa pinta de
figurante de anuncio de clínica estética (el de «Antes», concretamente) se
encuentra el hombre del milenio. No es verdad, usted es como los demás, y tiene
muchas posibilidades de acabar haciendo el primo unas cuantas docenas de veces
en todos los ámbitos de la vida, así que atrévase a fracasar, a fracasar a lo
grande, sin miedo. Recuerde aquellas palabras de Samuel Beckett: «fracasa otra
vez, fracasa mejor». No intente excusarse, aliente las pifias y los
malentendidos y una vez en el charco diviértase, no trate de arrastrarse por el
fango para solucionar lo imposible: abra una botella de vino y échesela por
encima, como si hubiera acabado de ganar una carrera de Fórmula 1. Qué coño,
siempre puede ser peor (y eso sí que es impepinable).
7) Abrace el caos. Dedique unas horas de su tiempo a
escribir centenares de post-its con la frase «sigues siendo un perdedor», en
letras grandes. Luego pásese por todas las librerías a su alcance y pegue ese
post-it en la última página de cada libro que encuentre en la sección de
autoayuda. Cuidado con los ataques de risa, especialmente en las grandes
superficies, allí no están acostumbrados a la gente sonriente y sospecharían de
sus intenciones. Piense que está usted contribuyendo al bien de la raza humana.
Si le sobran post-its vaya a buscar el libro de Belen Esteban. (Si desea
abrazar aún más el caos tenga un par de hijos: cuando a los catorce les
encuentre un fajo de billetes y medio kilo de cocaína en su habitación —«papá,
no te preocupes, es para consumo propio»— no diga que no se lo advertimos).
8) Vea mucho porno. Dicen que embrutece, y eso está
bien.
9) Invéntese una enfermedad ficticia. El objetivo de
estas instrucciones es alejarle de ese invento de Satán que son los gurús del
buenrollismo. Ya está usted preparado para los pasajes finales de su cruzada
contra la autoayuda, así que está preparado para el final: acuda a una de esas
charlas en las que tratan de venderle una vida ficticia, espere al momento de
las preguntas e inquiera, con total tranquilidad: «Tengo ébola. Es muy
contagioso, pero yo creo que puedo ser feliz, ¿qué me aconseja?». Permanezca
sentado mientras los asistentes empiezan a correr y los organizadores sufren un
ataque de pánico. Si lleva una nevera con unas cervecitas y un puro habano
puede usted disfrutar de uno de los mejores días de su vida (cuando le arresten
ni se le ocurra mencionarnos. Y no, no tenemos dinero para su fianza).
10) Sea usted mismo/a, y que se joda el mundo. Decía
el doctor Zeuss que «Be who you are and say what you feel because those who
mind don’t matter and those who matter don’t mind» (esta es una revista
hipster, si no habla usted inglés búsquese la vida porque los hipsters no
traducimos ni del chino). Obre en consecuencia.
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